Durante su gobierno, Andrés Manuel López Obrador pasó por alto que el prestigio internacional de México se obtiene con tres ces: consistencia, coherencia y confianza.
La consistencia requiere la solidez y estabilidad de los objetivos internacionales de México, es decir, que sean firmes y duraderos.
La coherencia indica la relación consecuente entre los intereses nacionales y los principios de política exterior.
La confianza se obtiene como resultado de la consistencia y la coherencia de la política exterior con el estado de derecho, lo cual genera certidumbre en el exterior.
Al principio de su gobierno, AMLO criticó a sus antecesores por no respetar los principios constitucionales de la política exterior, consagrados en el artículo 89 constitucional:
“En la conducción de tal política, el titular del Poder Ejecutivo observará los siguientes principios normativos: la autodeterminación de los pueblos; la no intervención; la solución pacífica de controversias; la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales; la igualdad jurídica de los Estados; la cooperación internacional para el desarrollo; el respeto, la protección y promoción de los derechos humanos y la lucha por la paz y la seguridad internacionales”.
Entre dichos principios, el Presidente ha soslayado sobre todo el principio de no intervención.
El problema del intervencionismo de López Obrador radica en que, siendo Presidente de México, se ostentó como líder de la izquierda internacional. Se erigió en abogado defensor de gobiernos afines, aunque sean dictatoriales, y en juez de regímenes conservadores, aunque sean democráticos.
Pero la ideología progresista tuvo sus límites cuando se trató de lidiar con Estados Unidos.
Después de permitir como Presidente de México las constantes difamaciones de Donald Trump a los mexicanos como “violadores, asesinos y narcotraficantes”, se abstuvo de condenarlo e incluso lo declaró su amigo personal.
Después de militarizar con 17 mil soldados la frontera sur por presiones de Trump, AMLO aceptó controlar el flujo migratorio sin recibir un solo dólar.
Hoy pocos se acuerdan de la mentira de los 7 mil millones de dólares de EU anunciados por Marcelo Ebrard en junio de 2019, supuestamente donados por Trump para frenar la migración.
Hoy se olvida que Mike Pompeo reveló en su libro Never Give an Inch (Nunca ceder ni una pulgada) cómo Ebrard cedió, a cambio de nada, recibir a nacionales de terceros países (inicialmente Honduras, El Salvador y Guatemala) con el programa Quédate en México, en una reunión secreta en Houston en noviembre de 2018.
Se pretende borrar de la historia cómo Ebrard le pidió ocultar la naturaleza bilateral del acuerdo migratorio oneroso para México como si fuera una decisión unilateral de EU para no afectar su falsa imagen de político nacionalista.
Hoy unos pocos recuerdan cómo Trump se mofó del secretario de Relaciones Exteriores de México por haberse doblegado fácilmente a sus amenazas.
Mientras se pretende tapar la gestión ignominiosa de Ebrard como canciller, el designado secretario de Economía ya lanzó una fuerte campaña mediática para 2030 para proyectar la imagen de ser el más hábil y experimentado negociador comercial que va a domar a Trump, si gana la elección, en la revisión tripartita del T-MEC en 2025. De risa loca.
Ebrard regresa al próximo gobierno por órdenes de AMLO dejando ambos en ruinas la diplomacia mexicana. Hicieron falta las tres ces.