Ayer Julio Hernández López advirtió en su leída columna Astillero el recelo que debe tener la Virtual Presidenta Electa Claudia Sheinbaum hacia Ricardo Monreal, Adán Augusto López y Marcelo Ebrard, pues los dos primeros irán a las Cámaras como líderes y el tercero sería miembro del gabinete.
Debido a ese legítimo recelo, el columnista se pregunta: “¿Qué gana Sheinbaum con estas cesiones? ¿De qué lado están las lealtades?”.
La respuesta a la primera pregunta, tal como lo apunta, podría obedecer a la prioridad de AMLO de tratar de preservar la unidad de Morena.
Sobre el segundo cuestionamiento sobre a quién van a depositar su lealtad los tres perdedores, la respuesta sería a ellos mismos, por encima de Sheinbaum, obviamente guardando las apariencias.
El analista hace un repaso del proceso de sucesión dirigido desde hace tres años por el presidente López Obrador como “destapador” de “corcholatas”, el cual supone el compromiso de otorgar premios de consolación a los perdedores.
Con estas recompensas, AMLO trata de controlar a los vencidos, no dejarlos ir a otros partidos, ni dejarlos sueltos como changos sin mecate, con la intención de evitar la división de Morena. Pero cuando aún no toma posesión el nuevo gobierno, aspirantes como Ebrard ya están pidiendo dinero a empresarios para su candidatura a la próxima elección presidencial, como ocurrió en un restaurante de Álvaro Obregón.
Ahora la presidenta Sheinbaum tendrá en puestos relevantes cerca y dentro de su gobierno a dos políticos aliados en su contra en la pasada campaña interna: Monreal y Ebrard, así como Adán Augusto, pero éste por su propia cuenta.
Julio Hernández señala con razón que los tres vencidos “no parecen susceptibles de la entrega de una confianza política plena” por parte de Sheinbaum.
El autor de Astillero analiza caso por caso:
De Adán Augusto señala que “regateó reconocimiento claro y oportuno a Sheinbaum… podría ganar a Monreal y Ebrard en cuanto a expedientes oscuros recientes… con financistas preocupantes”.
De Monreal indica que “mantuvo una guerra interna desde 2018 contra la candidata a jefa del Gobierno capitalino, la cual se redobló en 2021 con la derrota guinda en varios lugares, sobre todo en la ahora alcaldía Cuauhtémoc”.
Y de Ebrard afirma que “mantuvo una postura de menosprecio a Sheinbaum e incluso de impugnación formal ante órganos partidistas, atribuyendo a la ahora VPE (Sheinbaum)… maniobras de delictividad (sic) electoral, graves acusaciones de las que hasta ahora no se ha desdicho formalmente, ni ofrecido disculpas o explicaciones”.
Concluye el columnista: “El mantenimiento de apariencias unitarias durante la campaña electoral es entendible, pero con la enorme legitimidad proveniente de las urnas, ya como Virtual Presidenta Electa, resulta difícil precisar cuáles serían las ganancias políticas de Sheinbaum al entregar cargos importantes” a los tres perdedores.
Y remata el autor de Astillero: “Los compromisos reales de los tres personajes no son con Sheinbaum, aunque ella ahora debe asumirlos en acatamiento de un viscoso compromiso aherrojante…”
La inminente presidenta deberá liberarse del yugo de su antecesor para controlar desde ahora el proceso de sucesión del 2030, no permitir que se auto promuevan los acelerados en sus cargos, y los que no respeten los tiempos y las formas dejar que solitos caigan por su propia ambición del sinuoso y largo camino.