Lotería tapatía(Parte 37)

  • Doble P: Periodismo y Política
  • Alan Ruíz Galicia

Jalisco /
La paloma

Todos los días, al morir la tarde, la luz del sol se vuelve mansa, y la cúpula y las agujas de la Catedral adquieren una apariencia de oro viejo macizo. Entonces se puede avistar a un hombre con corazón de bugambilia y alas de once plumas, quien lanza puños de trigo a las palomas frente al quiosco de la Plaza de Armas, mientras contempla a los niños correr, a las aves volar y a los ancianos reposar.

Se llama Pedro Valadez. Trabaja como jardinero, pero también ha sido mecánico y carpintero. “En alguno de esos tres jales siempre sale trabajo. Nunca, bendito Dios, me he quedado sin comer o sin dinero”. Aunque tiene habilidades diversas, la ocupación que más disfruta es hacer arreglos de jardinería: “me gustan mucho las bugambilias, disfruto mucho podarlas, y puedo darle a los árboles la forma que yo quiera: hacer corazones, hongos, o dejarlos derechitos. Desde lejos los veo, me imagino cómo se van a ver, y ya cuando llego con ellos, comienzo a trabajar, y me quedan como aparecían en mi cabeza”.

Pedro admite que su problema es que no sabe cobrar. “Pido setenta pesos por cada podada, pero, por decir, me dicen que arregle un jardín, que costaría 800 pesos, y yo lo hago por 200, porque para mí no es trabajo, sino un pasatiempo. Así que cuando termino, pienso: “hasta dinero me dan por hacer lo que más disfruto. ¡Qué gusto!”.

Además de la jardinería, Pedro tiene otra pasión. “Mis tíos eran palomeros, y de hecho formaban parte del club colombófilo de Zapopan. Yo desde esos años tengo palomas también, y actualmente estoy entrenando a un grupo de 30. En la mañana las saco a volar, y en la tarde vengo al centro. Además, los sábados las llevamos para que hagan vuelos cortos y largos, porque también hay competencias de vuelo de fondo, aunque esas se organizan en Piedras Negras, Coahuila, o en Zacatecas, si bien en este último estado los vuelos son más difíciles, porque hay muchos gavilanes”.

La colombofilia, reconocida en todo el mundo como deporte y tradición, consiste en criar y entrenar palomas mensajeras capaces de regresar desde cientos de kilómetros. Detrás de cada vuelo hay disciplina, cálculo, genética y emoción. Para los criadores, ver a una paloma regresar al palomar después de una larga travesía es una prueba de lealtad y de inteligencia animal. El entusiasmo nace de esa mezcla de incertidumbre y esperanza: “nunca se sabe si volverán”, dice Pedro, “pero cuando lo hacen, parece milagroso. Es una satisfacción muy bonita, algo que rara vez pueden sentir quienes nunca lo han vivido”.

Pedro me explica: “el palomo fino se puede identificar con facilidad. Es narizón, ojo rojo con siete círculos, cada ala tiene once plumas y son de color brilloso. Estos que uno ve en el centro son distintos: suelen tener las plumas separadas, no son narizones y están gurrupientos (sucios, con gurrupos). En cambio, en un palomar las aves deben asearse cada domingo: yo les pongo un cajón con agua, de esos de albañil, y le echo sal para que no se tomen el líquido, sino que lo utilicen para bañarse. Es importante que lo hagan, porque un palomo sedoso vuela mejor”.

Un niño nos interrumpe para pedirle a Pedro que le venda una bolsita de trigo, pero ya se le acabaron. “Aquí en el centro traigo estos paquetitos de grano, y los chamacos ven que le aviento a las palomas, y ellos también quieren. No les saco mucho, porque robar a un niño es pecado: doy la bolsita a diez y me quedo con cinco pesos, pero, la mayoría de las veces, se me olvida el negocio y por mi cuenta les echo a las palomas toda la ganancia, pero no me importa”.

Hay hombres que no acumulan, sino que reparten lo que tienen, tal vez confiando en que, como las palomas, regresará de manera misteriosa. Pedro lanza el último puño de trigo; las aves revolotean sobre su cabeza, como bendiciéndolo, y, por un instante, un alboroto de plumas hace temblar el aire. 


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