¡El traductor!
Me tocó ir por él al aeropuerto de Guadalajara. Vino a la FIL para presentar su más reciente libro. Yo estaba nervioso: él es uno de los traductores más célebres de nuestra época, a la altura de Edith Grossman (quien revolucionó la forma de traducir literatura latinoamericana al inglés), Emily Wilson (una superestrella en redes sociales por sus versiones de la Ilíada y la Odisea) o de Lydia Davis (cuyas traducciones de Proust y Flaubert han sido celebradas internacionalmente). Vio su nombre en mi cartel y se acercó. Me impactó tenerlo delante mío, con su blazer de lino italiano, sus zapatos Oxford y su distintivo bigote, que forma una línea delgada, casi caligráfica, por encima de su labio superior: un pencil mustache en toda regla.
La conferencia era al día siguiente, así que le propuse utilizar la tarde para que visitara sitios emblemáticos de la ciudad. Él no se mostró entusiasmado, pero pensé que le gustaría la experiencia. Solo escuché que dijo “Resfeber”, que en sueco significa “emoción y nerviosismo previos a iniciar un viaje”. Al llegar a la avenida Juárez y Federalismo, le propuse realizar una caminata ligera hacia el corazón del centro. Ante el ruido de los automóviles y camiones, el trajín de las personas y el voceo de los comerciantes en la calle, lo noté un poco turbado. Le pregunté si se encontraba bien, pero solo respondió “¡Dépaysement!”, que en francés es “una sensación de desorientación o extrañeza al encontrarse en un entorno diferente al propio”.
Resolví que entráramos al café Madoka para que se tranquilizara. Le pedí el café especial almendrado y unos chilaquiles tapatíos con pollo. Como lo vi comer muy contento, le pregunté si le gustaba el almuerzo, y él respondió: “Shemomedjamo”, que en georgiano sirve para expresar que “alguien sigue comiendo más allá del punto de saciedad debido a lo bueno que está”, y que en español decimos ser tragón. Al terminar de comer, salimos rumbo a la Catedral, pero antes de llegar, nuestra eminencia prefirió sentarse en una banca pública, y solo me dijo “Meriggiare”, que en italiano es “descansar a la sombra durante la hora más calurosa del día”. Nos quedamos ahí hasta que se repuso del “Abbiocco”, o “mal del puerco”, como le decimos nosotros, aunque creo que lo que le pasó a nuestra prestigiosa visita fue, por mínimo, un mal del jabalí, que es más fuerte.
Lo vi muy entretenido contemplando el ir y venir de las personas de nuestra perla tapatía, por lo que le pedí su opinión sobre esa postal de la vida de la ciudad. Él se limitó a decir: “Merak”, que en serbio significa “el placer profundo que se siente al disfrutar de las cosas simples de la vida”; por mi parte, pensé contestarle “Ramé”, palabra que conozco por sus libros, y que en balinés significa “algo caóticamente bello, mezcla de ruido, actividad y belleza”. Se me ocurrió cuando ya había pasado mucho tiempo como para decirlo con gracia, por lo que incurrí en “L’esprit de l’escalier”, que es una forma francesa de expresar la frustración de “llegar a una respuesta ingeniosa o perfecta, pero que solo viene a la cabeza cuando ya es demasiado tarde para decirla, como al bajar las escaleras después de una discusión”.
Le sugerí a nuestro renombrado especialista seguir nuestro camino para llegar a la plaza principal. De pronto, nos abordó un profesor de la Universidad Autónoma de Guadalajara, quien es un declarado seguidor del trabajo de mi acompañante. Sin embargo, como soy muy distraído, no recordé el nombre de aquel tipo para poder presentárselo a nuestro ilustre invitado, por lo que me limité a dar las buenas tardes y dejar que se saludaran entre ellos. La eminencia lo notó, y me dijo en voz baja, pero firme: “¡Tartle!”, que en escocés es “la vacilación incómoda al olvidar momentáneamente el nombre de alguien al presentarlo”. Ante su comentario, le respondí “Desenrascanço”, una palabra portuguesa para expresar “la habilidad para salir de apuros improvisando una solución sobre la marcha”. Así nos despedimos de… (tampoco ahora recuerdo cómo se llama) y continuamos nuestra ruta.
Al llegar a la plaza principal, había una quinceañera, un grupo de mariachis, varias calandrias estacionadas en la avenida, así como turistas sonrientes tomando fotografías. Vi que nuestro reconocido traductor se mostraba complacido con el paisaje y lo invité a tomar un tejuino. Él decidió pagar, incluso contra mi voluntad, y solo dijo: “Guanxi”, que en chino se refiere a “las relaciones y conexiones personales basadas en la reciprocidad que crean una red de confianza y obligaciones mutuas”. Al pasar por la plaza de armas, vimos una botarga del Dr. Simi bailando perreo intenso, algo que ya normalizamos en México, pero que para ojos extranjeros tiene que ser llamativo. Sin embargo, nuestro invitado se limitó a sonreír y decirme: “Nėpakartojama”, que en lituano es “un momento perfecto que no volverá a ocurrir”.
Poco me queda por agregar de lo que pasó ese día. En todo caso, mencionar que tuve que revisar mis apuntes de idiomas para escribir este texto con la rigurosa precisión que exige la ficción.