¡El bolero!
En Plaza Liberación se pueden encontrar una veintena de boleros —o aseadores de calzado, como algunos prefieren autonombrarse—. Julio Madrigal es uno de ellos. Lleva 37 años en el mismo lugar, después de aprender el oficio de su padre. Está orgulloso de haber boleado a magistrados, diputados, presidentes municipales, e incluso gobernadores; sin embargo, su mayor placer es que cada uno de sus clientes siga su camino con “un lustrado que resalte”.
Para bolear zapatos usualmente se aplica primero agua con jabón, que después se retira con un trozo de franela. Más adelante se les agrega tinta, y luego, la grasa, que es lo que les da brillo: en un buen trabajo se emplean por lo menos tres capas, de las cuales una va con brocha, la segunda con estopa y la última con cepillo. Me gusta el ASMR de estos módulos de boleo, con el frote rítmico de los trapos, el susurro arenoso del cepillo y el famoso rechinido de lustrar. Los aseadores del calzado son testigos cotidianos del agitado tránsito de la vida. Pienso que en eso se parecen a los periodistas, ya que en ambos oficios resistimos al paso del tiempo, de manera que un mismo hilo invisible nos sostiene; a pesar de que algunos digan que ya no somos útiles, todavía seguimos dando lata, negándonos a desaparecer.
¡El cielo!
En el mes de mayo, entre las seis cincuenta y las siete cuarenta de la tarde, camino en dirección oeste sobre Avenida de la Paz, en la colonia Americana. La observación me enseñó que en esta ciudad la luz es majestuosa, especialmente al atardecer, cuando el día escribe su testamento a la noche, y se puede disfrutar de un cielo color rosa mexicano, un cromatismo único de Guadalajara, que se consigue al mezclar el blanco de su pureza con el rojo de su violencia.
¡El tejuino!
El tejuino es vida. Son buenos los de San Juan de Dios, el Polo Norte, los del Centro y el Baratillo; los expertos recomiendan el de “El güero” de Avenida Copérnico y el de la Capilla de Jesús, de Don Marcelino; ahora bien, como catador aficionado de esta bebida fermentada, me siento comprometido a señalar que el Tejuino Colomos —que está en la entrada del Chaco— es una delicia, pero que el de Avenida Alemania y Rayón, de Don Francisco Rizo, es el que más disfruto. Él lleva 48 años en el mismo sitio, después de heredar el oficio de su papá, quien inició la tradición en 1965. Don Francisco es un purista, y prefiere no agregarle nieve, pues considera que “puede esconder el sabor”. Por eso recomienda que, al probar un tejuino, se haga sin nieve, para se pueda apreciar el gusto del tejuino y de la nieve por separado y así determinar la calidad de la bebida. Con casi medio siglo de trayectoria, el que sabe, sabe.
¡El árbol!
En primavera, la flora de Guadalajara es exuberante. Admiro las palmeras dormilonas que cabecean al viento en la ancha glorieta de la colonia Moderna, las ceibas con dedos de seda de la calle Francia, los hules iracundos que revientan el pavimento con sus patas en Avenida Alemania, los tabachines encrespados de lujuria en Bélgica, las lluvias de oro que se curvan en sus raudales en Bruselas, los agaves y su explosión de geometría en la calle España. Rodeado de su belleza, sueño con ser un árbol, y renacer en un bosque que esté a salvo de todos los incendios.
Nota. Mi lotería tapatía continuará hasta que completemos las 54 cartas de la tradicional Lotería Mexicana. Nos vemos en la siguiente entrega.