¿A dónde con tanta prisa?

  • Columna de Alberto Isaac Mendoza Torres
  • Alberto Isaac Mendoza Torres

Puebla /

No puedo quitarme de la cabeza la idea de que muchas personas asocian el saber manejar con ir a altas velocidades, rebasar, acelerar y frenar de golpe. Entre mayor velocidad y un manejo temerario, mejor es el conductor. Además, hay que agregarle que en los embotellamientos no se quedan en el lugar que les corresponde en la fila, sino que se la saltan y quieren colarse de primeros.

Pero no son los únicos que van de prisa. También están los que salen a correr todas las mañanas o todas las tardes, en busca de correr más distancia en el menor tiempo posible. Participan en maratones para medirse con otros o consigo mismos, pero siempre con la pulsera trabajando para que les reporte distancias recorridas, tiempo efectuado, pulsaciones por minuto, calorías quemadas. O los que se montan en las bicicletas y suben a las montañas de roca o acero que brotaron en las ciudades como volcanes inactivos. De los que viajan en moto, mejor no hablamos.

También van de prisa los que viajan en el democrático, como mis padres le llamaban al autobús colectivo en los tiempos de mi infancia. No es que vayan solo al ritmo del chofer que se siente creador y dueño del asfalto. Viajan montados en otra prisa, la de las redes sociales. Cierran y abren sus dispositivos móviles. Cual bebés con el peekaboo esperan que al fijar y quitar sus manos aparezca algo nuevo, pero conocido. Llevan prisa, porque no se detienen en Instagram o en TikTok, sus dedos ansían encontrar el nuevo chiste, el nuevo reto, el nuevo accidente, el nuevo fenómeno viral.

Siempre me pregunto, ¿a dónde va la gente con tanta prisa? ¿A dónde nos arrastran con sus desesperaciones, con su urgencia por llegar? Y de llegar ¿a dónde se llega? Se llega a algún lado o solo la meta es el principio de algo nuevo y más angustiante cada vez.

La gente está cada vez menos interesada en disfrutar el proceso como el producto final, acaso porque hoy los productos son eso, un mero residuo de una operación, que puede ser remplazado, que de hecho va a ser reemplazado por algo más nuevo y con más brillo, hasta que aparezca su sustituto que promete más novedad y más brillantes.

Esto también tiene repercusiones en la práctica clínica, que cada vez resiste menos a los embates del mercado que cimienta su poderío en la satisfacción de la demanda, con indicadores, con maximización de las utilidades y mitigación de las pérdidas.

No me refiero y de hecho dejo de lado a las actividades englobadas en el coaching, porque también son un producto más que habrá de vivir las consecuencias de la modernidad comercial, solo le queda esperar a que un nuevo producto aparezca prometiendo más novedad y brillantes para que desaparezca. ¿Será que la Inteligencia Artificial haga aquí primero su labor?

Hablo en esta ocasión de las terapias breves centradas en objetivos. Cada vez es mayor la oferta de estas terapias psicológicas. Y a mi juicio lo peor es que son alentadas desde las propias universidades.

Las instituciones de educación superior deberían comprender mejor que nadie la importancia de los procesos, la supremacía de estos por sobre los resultados. Pero es desde sus clínicas, en donde se forman los futuros psicólogos clínicos, en donde se les pide actuar de esta manera.

No importa el paciente y su dolor, hay que verlo como un objetivo a lograr. Es decir, ya no es un sujeto sino un objeto y como tal es susceptible de entrar en esta vorágine descrita líneas arriba. Se podrá sentir bien, de manera súbita, hasta la siguiente vez, pero eso no importa, porque ya un objetivo se alcanzó.

Por eso insisto, ¿a dónde con tanta prisa?


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