Aplazar la ida a terapia

  • Columna de Alberto Isaac Mendoza Torres
  • Alberto Isaac Mendoza Torres

Puebla /

A menudo escucho a la gente decir: necesito ir a terapia, debo buscar ayuda, entre mis pendientes de este año está ir con el psicólogo, mi propósito para el siguiente año es ser mejor persona.

Me parece que quien es capaz de sostener este tipo de argumentos quizá en realidad no necesite una ayuda psicológica.

Estoy convencido de que en la mayoría de los casos quién incluye en su argumento algo así como el "debo", "necesito", "tengo", lo que está haciendo es intentar satisfacer una demanda que no viene de él, proviene de los otros.

Quizá en algún momento escuchó de sus amigos, de sus familiares o de su pareja ¿estás muy mal, por qué no buscas ayuda? Refiriéndose claro está a una atención psicológica.

También estarán los que consideran que una intervención psi es algo así como un entrenamiento para la vida, una especie de gimnasio cerebral o del alma, que les ayudará a sacar mayor provecho de sus potencialidades y alcanzar así el gran sueño de su vida.

No son pocos los casos que ven a las disciplinas psi un sustituto de la religión. Un sistema de creencias que se acomoda a su individualidad. Muchas variantes en el coach dan cuenta de ello, ofreciendo paraísos terrenales e ideales del yo que harían palidecer a Nietzsche y su concepto del superhombre. El psicoanálisis no está exento de caer en esta tentación, los autodenominados lacanianos son el vivo ejemplo de que de casi todo se puede fundar una secta.

Y también hay quien ve en el análisis psicoanalítico un proceso intelectual, no un asunto del dolor. Muchos filósofos han circulado por esta vía, como el creyente que hace la ruta de Santiago para reforzar su identidad católica, ellos hacen el peregrinar por el “mundo del inconsciente” y sus códigos freudianos o lacanianos para obtener otro tipo de sabiduría.

En los supuestos anteriores claro que se está, para usar los términos que le gustan a la modernidad, procrastinando. Solo cuando se actúa guiado por esos ideales desde luego que se posterga por pereza la ida a consulta.

Ir al psicólogo (siempre que escribo psicólogo pienso en psicoanalista) nunca es una decisión. No se planea, no se agenda, no se toma la determinación. No se da el gran paso de ir a terapia, porque no es un logro más que se desbloquea y por el cual se obtienen puntos en la tabla moral de la vida cotidiana.

Caer en el consultorio está más cercano a la derrota de la que se habla en el programa de los doce pasos de los grupos de autoayuda.

Se llega porque la vida así lo está deseando al mostrarnos con su dolor que no todo lo resuelve la fantasía o los rituales de simbolización.

No hay urgencia en su emergencia. Por lo tanto, hay que descartar la posibilidad de que existan unos “primeros auxilios psicológicos”.

No se llega tarde porque los tiempos de la psique no son los del reloj, sino los de la lógica del inconsciente que siempre insiste, una y otra vez. Por eso también es errónea la idea de que hay una terapia preventiva o que si hubiéramos ido antes a terapia habríamos evitado herirnos y herir a los otros.

Cuando se toma el teléfono y se acuerda una cita con el analista, ese día es el que debía ser.

No antes, no después.


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