Cierta maestra de cierta escuela tenía fama de ser muy estricta, así que cuando sus estudiantes fallaban en la entrega de proyectos o en las pruebas ya sabían que no había forma de conmover a su corazón en busca de una segunda oportunidad. Algunos recurrían como última o quizá primera opción a las lágrimas. Ella invariablemente les respondía: “si de algo sirviera llorar, lloraría contigo”.
Con este pre-texto, veamos tres viñetas clínicas.
I
Un paciente de primera vez entra al consultorio y ve que sobre el sofá al que es invitado a sentarse hay una caja de pañuelos desechables. Asustado exclama: “¡entonces es cierto que aquí se viene a llorar!”.
II
Debido a que se encuentra en un proceso de separación, un paciente acude a consulta. Durante una sesión muestra su preocupación por llorar: “temo que si empiezo a llorar no pueda parar”. Tiempo después desde que se recuesta en el diván las lágrimas y los sollozos aparecen en su sesión hasta que el analista le dice: “por hoy terminamos”. Se levanta y sale del consultorio como si hubiera recibido cien ensalmos.
III
Había una vez un psicoanalista, en un país no muy lejano, que no soportaba escuchar el llanto de sus pacientes. No podía sostenerse como analista ni acompañarlos en su dolor cuando lloraban. Así que inmediatamente comenzaban a brotar las lágrimas de sus ojos, los detenía, si estaban acostados en el diván les pedía que se incorporaban y les lanzaba un sermón, sobre por qué no debían llorar, sino tratar de poner en palabras ese lamento.
Acompañados de las viñetas clínicas y de la anécdota escolar podríamos preguntar: ¿de qué sirve llorar?
Los estudios del antropólogo italiano Ernesto De Martino sobre el lamento fúnebre arrojan luz sobre la función del llanto como parte importante en el ritual de afrontar, tolerar, soportar y trascender la muerte de un familiar.
Aunque sus trabajos se refieren en concreto al duelo ante la muerte, bien podemos aplicarlo a todos los duelos. El llanto, sostiene el investigador, se produce en dos momentos. El primero de ellos es un llanto inarticulado, cuando el doliente presenta descargas convulsivas, torpeza en sus movimientos y una furia que amenaza con destruirlo todo. Las fuentes eclesiásticas describen este momento como un “cántico diabólico”.
Después se espera que aparezca el auténtico lamento ritual, que evitará un auténtico colapso de las personas ante la ausencia del depositario de su vínculo amoroso. Es en este momento en que el llanto retorna “al horizonte del discurso”. Solo así se podría pasar del llanto sin forma, diabólico, a la articulación de las palabras.
De Martino estudia los rituales que las comunidades del sur de Italia realizan para enfrentar los duelos y al hacerlo dignifica el llanto como proceso humano que evita tropezar y caer al fondo de una crisis existencial.
El analista que permite a su paciente llorar todo el tiempo de su sesión y no lo detiene a pesar de sus cánticos diabólicos, sus convulsiones, su furia desatada, y que en el momento preciso le dice “por hoy terminamos”, fungió como un excelente soporte ritual para que pudiera regresar al canal en donde las palabras nos vuelven humanos. Le evitó así que la noche oscura fuera la guía de sus días.
Después de esto podríamos decirle a la maestra -bienintencionada o no- que llorar sí sirve de mucho. Nos devuelve a la vida con todas sus pérdidas. Y si lloramos acompañados la pena individual encuentra una comunidad que es una telaraña resistente por ser tan delgada.