En el contexto de pandemia que vivimos, y posterior a ello, la escuela necesita encontrar nuevos sentidos en la educación. La sociedad ha transitado en distintos campos y está en construcción de otros. La diversidad sexual, la equidad e igualdad de género, el cuidado ambiental, la democracia, las identidades, el humanismo, la interculturalidad, son temas presentes que la escuela no puede soslayar. Además, debe mostrar que la experiencia pandémica ha dejado aprendizajes para romper con la obediencia sumisa que por siglos le ha sido determinada por el Estado.
La escuela necesita reencontrarse con la sociedad, re-pensar su papel en la formación de una nueva ciudadanía que sea más congruente y pertinente con su entorno. Los directores y maestros tienen que explorar los márgenes de libertad que el propio currículum les permite para distanciarse de la prescripción absoluta que se les impone a través de distintos dispositivos: programas de estudio, libros de texto, guías de consejo técnico, espacios de actualización y capacitación, entre otros.
Un sentido básico que debe asumir la escuela es el aprendizaje de los alumnos. El aprendizaje es el centro de su acción educativa. Se tiene que hacer responsable de ello y reivindicar el papel de la escuela como espacio de aprendizaje. La escuela debe articular este sentido básico con las necesidades sociales y con los intereses y capacidades de los alumnos. El papel de maestro adquiere relevancia en este contexto. Un lema dice “un educador no es un profesional de la docencia, es un profesional que debe garantizar que la gente aprenda lo que tiene que aprender en el momento en que lo debe aprender” (Toro y Rodríguez, 1993). Un docente no es alguien pasivo, su función social debe ser reconocida (empezando por ellos mismos) en la importancia y contribución a la formación ciudadana. La claridad pedagógica y metodológica con que lo haga dependerá de la claridad de su pensamiento.
Otro sentido que la que escuela debe abandonar es el referido a la “mejor escuela” y reconocer la diferencia entre ellas. Lo anterior, tradicionalmente se asocia a criterios de diferenciación como los siguientes: “primero, la cercanía o alejamiento del modelo de la escuela tradicional; segundo, las diferencias en la dotación física y en el equipamiento; tercero, su condición de establecimiento de gestión privada o de gestión estatal; y cuarto, el equilibrio en el que mantienen la atención a las diferentes demandas que reciben” (Braslavsky, 1999). Ante ello, la alternativa es la búsqueda de la identidad propia, que les procure un sentimiento de permanencia y construcción colectiva, donde identifiquen cuestiones comunes.
Finalmente, la escuela postpandemia, debe acercarse a una perspectiva más humanista que promueva la construcción de nuevas realidades y sea sensible a las condiciones, posibilidades y capacidades de su comunidad.
Alfonso Torres
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