Luis, un vecino serio al extremo que me llevaba unos ocho años, se acercó un día con un tesoro: un casete de Deep Purple titulado Stormbringer. Sabía de mi afición por el rock desde antes de la adolescencia y me ilustró: no era una grabación más de la banda, sino una con otro cantante y otro bajista. Era notoria a la primera escucha la diferencia entre David Coverdale e Ian Gillan. No mejor, sino distintos.
Desde aquel lejano 1975 pasaron muchas lunas hasta septiembre de 2016, cuando Coverdale, con su banda Whitesnake, sacudió el Pepsi Center de Ciudad de México con la gira The Greatest Hits Tour, que venía antecedida por la aparición de The Purple Album, en el que el cantante se covereó con la Serpiente Blanca sus épocas con aquel grupo que lo lanzó a la fama en los años setenta.
A Coverdale lo sacaron de una tienda de jeans después de que audicionó para relevar a Gillan. La voz prendió a Ritchie Blackmore, Jon Lord e Ian Paice, que no podían escoger mal después del éxito de la banda que ya tenía en su repertorio producciones legendarias como In Rock, Machine Head, Fireball y el majestuoso Made in Japan, y rolas que aún hoy son emblemáticas como “Black Night”, “Smoke on the Water” y “Highway Star”.
El único problema es que tenía algo de sobrepeso, por lo que no tuvo objeción en someterse a un tratamiento de metanfetaminas con tan buen resultado que no existe evidencia gráfica de su apariencia anterior. Así se metió con la banda, junto con el nuevo bajista, Glenn Hughes, a grabar Burn y a irse de inmediato de gira. Ante la disolución del Purple, fundó Whitesnake y grabó con Jimmy Page un disco fallido, considerando el tamaño de ambos.
Hace un par de días David Coverdale anunció por redes sociales su jubilación de los escenarios, 50 años después, “colgando los zapatos de plataforma y los jeans”, en sus palabras. Es miembro del Salón de la Fama del Rock y la fuerza de su voz volverá cada que un dedo pique play a “Still of the Night” u otra rola de su amplio catálogo. ¡Salve, David!