El fallido cruce de historias que derivó en dos entregas de Alien contra Depredador arruinó, desde hace algunos años, la sorpresa y el horror que debería crear en el espectador la llegada del primero a la Tierra, después de cuatro historias con un alto nivel sostenido, quedando siempre pendiente la infiltración de la bestia en las naves de vuelta a casa por los buenos oficios de la teniente Ripley (Sigourney Weaver), real, revivida o clonada.
Hay que recordar que Depredador ya estaba entre nosotros desde la primera entrega (John Mc Tiernan, 1987), en que un comando de mercenarios encabezado por Arnold Schwarzenegger se lo encuentra por casualidad en cumplimiento de una misión en la selva centroamericana, de donde esa especie se traslada a la urbe de Los Ángeles en la segunda parte (Stephen Hopkins, 1990) con Danny Glover en el estelar.
De ahí se desprende una saga con poca novedad, incluidas las desafortunadas entregas en que confrontan al visitante espacial con Alien, monstruo que, en cambio, se mantuvo en el espacio exterior desde la original y extraordinaria primera parte, dirigida por Riddley Scott en 1979, siguiendo allá arriba en la monumental secuela a cargo de James Cameron (1986) y en el tercer rollo, que marcó el debut de David Fincher como realizador (1992).
Aquella sofocación de la propuesta de Scott, en la oscuridad de la nave, que dio paso al terror en medio de un escenario agreste, helado y solitario lleno de criaturas con Cameron, tuvo un ajuste en la tres, delimitado todo a una cárcel espacial en la que Ripley debe luchar contra la bestia y contra una banda de criminales ahí recluidos.
Sin embargo, para la cuarta fase, ya con el francés Jean-Pierre Jeunet (1997) en la dirección, aquellas penumbras desaparecen y dejan experimentar el terror de apreciar en su inmensa furia al bicho, del que nos enteramos que puede nadar y con gran estilo. Por todo esto es deseable que la nueva versión, ahora como serie, Alien: Earth, cumpla con las expectativas y haga justicia a los directores que le precedieron.