Los dictadores cultivan con esmero los extremos y, con ellos, fichan seguidores y enemigos. Cuando un ciudadano nacido en la democracia evoca los regímenes estalinistas no tiene la culpa de horrorizarse, no se diga alguien que los padeció, como tampoco el judío puede soslayar expresiones derivadas del nazismo o un negro lo que fue el apartheid sudafricano o el Ku Klux Klan estadunidense.
El temor ante una expresión política que compite por gobernar se justifica, por eso, cuando se habla de extremos. ¿Usted cree que el régimen de Gabriel Boric en Chile tiene algo que ver con Jruchov o con Ceaucescu o con Castro, más allá de un pretendido sello “comunista”? Nada más lejano. Sin embargo, basta escuchar los primeros discursos de José Antonio Kast para estar seguros de que quiere personificar una versión actual de Augusto Pinochet. Por voz propia.
Cuba, Venezuela y Nicaragua representan hoy, en la medida de sus posibilidades, el horror estalinista, pero basta con que un histérico de derecha equipare a las izquierdas con esos gobiernos para generar un ambiente de temor generalizado. Y si son intelectuales, como esos que militaron con el martillo y la hoz en su juventud, la trama se complica. O mandatarios que hoy se cuadran con Donald Trump, como Javier Milei o Giorgia Meloni.
Comparto la preocupación de Claudia Sheinbaum sobre la reivindicación de Kast al pinochetismo, pero no su jugada para dar a entender que es el riesgo si no se privilegia el voto por la 4T en una próxima elección. Porque entonces se diluye el aparente interés legítimo de alertar sobre lo que se puede venir con una resurrección del dictador chileno, con todos sus horrores, y queda expuesto un silvestre truco para llamar por adelantado al voto por la 4T.
La proliferación de personajes que deambulan por los extremos más radicales, hoy en los pasillos del poder, sí debe ser un llamado a revisar la historia, una no tan lejana, para no revivir los fantasmas de Videla, Pinochet, Somoza, Trujillo y tantos otros monstruos que dedicaron sus esfuerzos a destruir la democracia, la libertad y los derechos humanos. Hoy más que nunca hay que volver a la literatura latinoamericana sobre los dictadores y a ensayos como Itinerarios de Octavio Paz.