En La conexión cósmica (Orbis, 1985), Carl Sagan nos cuenta que el primer intento serio que hizo la humanidad por comunicarse con civilizaciones extraterrestres tuvo lugar el 3 de marzo de 1972 con el lanzamiento desde Cabo Kennedy del Pioneer 10, vehículo espacial diseñado para explorar el medio ambiente de Júpiter y, antes en su viaje, los asteroides que hay entre las órbitas de Marte.
Sagan convenció a la NASA de incluir un mensaje para la eventual interpretación de otra civilización y fue su esposa, Linda Salzman, quien trazó al hombre y la mujer que con algunos retoques fueron grabados en la placa dentro del artefacto, que al aproximarse a su destino en diciembre de 1973, sufrió una aceleración por la gravedad de Júpiter para convertirse en el primer objeto volador construido por el hombre que abandonaba el sistema solar.
La colocación del mensaje, razonaba el gran divulgador científico, es algo similar a la botella que lanza al océano el marinero que ha naufragado, con un mensaje en su interior, con la esperanza de que llegue a manos de alguien. La idea de explorar esos confines tiene en todo caso larga data y con el cielo antiguo, claro, con millares de estrellas brillantes y débiles, “en deslumbradora variedad de colores”, el ojo humano buscó poner orden, pues tiende a organizar patrones entre alejados y distintos puntos de luz, lo que propició, dice Sagan, “una rica ciencia mitológica”.
La búsqueda de respuestas, sin embargo, no solo está en el espacio. Después de todo, el “meteoroide” que se impactó en lo que hoy es Yucatán hace 66 millones de años, como lo llama Lisa Randall, vino del espacio, pero ese cráter que dejó y extinguió a los dinosaurios da también respuestas porque, por definición, el universo es una entidad única y en principio sus componentes interactúan. De ahí parte esta científica para lanzar su osada especulación de que la materia oscura está relacionada con el fin del extenso y exitoso reinado de los grandes reptiles.
La búsqueda, pues, se extiende al subsuelo. Hasta finales del siglo pasado se hablaba del descubrimiento en números cerrados de no más de 350 especies de dinosaurios y otras criaturas voladoras y marinas, entre el Jurásico y el Cretácico, pues muchos hallazgos debían ser reclasificados cuando se percataban los paleontólogos de que los fósiles eran en realidad de un saurio ya develado. Hoy el hombre está mirando más debajo de sus pies y así lo sostiene el joven Stephen Brusatte, quien publicó The Rise and Fall of the Dinosaurs (Ascenso y caída de los dinosaurios, editado por William Morrow, 2018) con su divisa de que hace un trabajo de detective en las profundidades del tiempo.
Sus números dicen que hoy más que nunca el hombre está descubriendo especies, a ritmo de una a la semana, lo que define como una edad de oro en la materia. Solo él ha encontrado 10 en una década y considera que la mitad de los hallazgos es en territorio chino.
La búsqueda científica de respuestas hoy es a un tiempo en el espacio y en el subsuelo.
@acvilleda