Quizá debió ser justo ahora, pero pasaron 76 años para que se abriera la posibilidad real de que el mundo en su conjunto, existencialista o no, entendiera aquella breve obra de Jean-Paul Sartre titulada A puerta cerrada, cuya célebre fórmula se resume en una frase: “el infierno son los otros”. Yo, la neta, soy camusiano, pero qué le hacemos: ya son legión los que han citado La peste durante estos calamitosos días, días en que sabes que ya valió madre cuando los cuyos de tu hija invaden la recámara y te pillan recostado mientras te pones al día, con un ojo en La Casa de Papel, temporada cuatro, por Netflix, y otro en el chat de la chamba, que no para, pues darle a la talacha periodística figura entre lo que hoy llaman “actividades esenciales”, no como hacer cerveza, insigne labor ya proscrita mientras dure la contingencia, en medio del obligado y justificado repudio del respetable. Pero quién quiere chela, digo yo, cuando, previsor que eres, te armaste a tiempo con tus pomos de Havana Club 7 y 3 años, agua mineral de la que no trae arsénico y unas cocas, light, por supuesto, para no engordar en tiempos de salvar al mundo desde el mullido sillón, como dice mi querido Gil Gamés, mientras la raqueta de tenis espera mejores tiempos en la cajuela del auto. Sillón, te decía, desde el que he comenzado a descubrir que el iPhone ofrece eso que ahora presumen como “ventanas de oportunidad” ilimitadas, más allá de telefonía, WhatsApp, Twitter y musiquita, pues se han impuesto las videollamadas y los enlaces y el famoso home office, otro descubrimiento que empieza a conocer una parte del mundo, una parte tan vasta como la que ahora, quizá, empiece a comprender aquella lección sartreana de que, cuando de encierro de trata, sobre todo en casa, el infierno son los otros.
* Crónica leída en el programa de radio “Aire Libre” conducido desde Barcelona por el escritor Jordi Soler.
@acvilleda