Todos los días se aprende algo nuevo en el negocio de la televisión.
Si no me cree, deténgase a pensar en lo que acaba de suceder en El Canal de las Estrellas.
¿Qué? El domingo pasado terminó la telenovela Un camino hacia el destino.
¿Y qué entró en su lugar a las 18:30 por XEW-TV? Nada. Como lo está usted leyendo: nada.
¿Qué es lo que se está transmitiendo en ese espacio? Ni modo que Televisa le salga con “nada” a su público y a sus anunciantes.
Por lo que he entendido mirando esa señal, ediciones especiales de La rosa de Guadalupe.
Sí, La rosa de Guadalupe, ese título tan atacado por los jóvenes en las redes sociales.
¿Y? ¿Cuál es la nota? Primero, que la gente dejó de ver una telenovela para ver más de un programa unitario.
Segundo, que esas ediciones especiales de La rosa de Guadalupe no consisten en la transmisión de dos capítulos de una hora, sino en la producción de episodios de 120 minutos.
Y tercero, lo más importante, que esos capítulos, así, tan largos, en estos tiempos en lo que las multitudes supuestamente están buscando contenidos cada vez más cortos, fueron un cañonazo de rating.
¿Se da cuenta de lo que está pasando aquí? Una de las más grandes lecciones de televisión abierta privada de todo el año.
Lo más lógico hubiera sido que las audiencias hubieran huido decepcionadas por no haber encontrado, en el lugar de su telenovela, otra telenovela.
Lo más obvio hubiera sido que el público, saturado de tantas Rosas de Guadalupe, le hubiera cambiado a otro canal. ¡120 minutos son muchas horas de un mismo programa unitario!
Pero no, las multitudes se quedaron ahí. Fueron felices. Hubo algo que les llamó la atención. Se encontraron con una historia y con unos personajes que cubrieron sus necesidades de entretenimiento.
Pero espérese, porque hay algo que no le he dicho y que sí es muy importante en esta producción de Miguel Ángel Herros.
Estos señores, en lugar de hacer lo que hacen todos, o sea, reaccionar burocráticamente ante las órdenes de los programadores de su empresa y poner más de lo mismo para rellenar el hueco que dejó la telenovela de las 18:30, crearon algo especial.
¿Y qué es eso tan especial? Capítulos nuevos de La rosa de Guadalupe de dos horas de duración.
La gente, en lugar de ver lo que normalmente ve, vio un espectáculo especialmente diseñado para el público que mira la televisión a esa hora y estructurado para mover a las multitudes a través de golpes dramáticos colocados para esa duración tan complicada.
Ojo: un episodio de un programa unitario de dos horas ya no es un episodio de un programa unitario, es una película especial para televisión.
¿Pero sabe usted qué es lo verdaderamente fundamental de este ejercicio de profesionalismo?
El dineral que la producción de La rosa de Guadalupe le ahorró a Televisa, porque esas películas especiales para televisión que se están aventando cuestan una mínima parte de lo que cuestan las películas de verdad y mucho menos que los capítulos de una telenovela.
La oficina del señor Herros le acaba de demostrar a Televisa que con menos inversión se puede generar más dinero en uno de los negocios más castigados de México y de todo el mundo.
¡Lo que es tener buenos escritores como Carlos Mercado-Orduña! ¡Lo que es trabajar como se tiene que trabajar!
Porque además de todo esto, que pertenece al universo de las finanzas, aquí hay un tema creativo.
¿Sí vio el programa del lunes pasado? Comenzó con una historia, luego amarró con otra y las situaciones crecían, crecían, se entrelazaban y al final concluían como tenían que concluir.
Todo esto sin traicionar ese tono entre telenovelero y teatral que ha caracterizado a La rosa de Guadalupe desde sus orígenes.
Todo, dándole seguimiento a lo que, desde siempre, los televidentes de El Canal de las Estrellas han buscado en esa plataforma.
¿Qué fue lo que sucedió ahí? ¿Cuáles serían las grandes lecciones de este fenómeno?
¿No será que el público de la televisión abierta privada nacional de hoy, más que abonarse a las larguísimas telenovelas, prefiere historias que comiencen y acaben el mismo día, historias sencillas, cotidianas, parecidas a las del mundo real?
¿No será ésta una respuesta al exceso de continuidad, al exceso de espíritu telenovelero, que estamos viendo en el negocio de las series?
¿No será que lo que está bien escrito es capaz de retener a las multitudes más allá de las convenciones del pasado?
¿No será que a este tipo de audiencias, más que los derroches económicos o las historias diferentes, lo que más les interesa son los juegos dramáticos, el sentirse retados, y la resolución de conflictos con los que se pueden identificar?
Todos los días se aprende algo nuevo en el negocio de la televisión y La rosa de Guadalupe es poco menos que un gran libro de texto, material de estudio. ¿A poco no?
alvaro.cueva@milenio.com