Muchas personas conocen, dominan y aman “Cabaret”. La han visto en cine, en Broadway y en mil y un versiones con algunas de las más fabulosas estrellas del teatro musical mexicano.
A todas ellas, les tengo noticias: cuando vayan a ver “Cabaret en el Kit Kat Club” al Teatro de los Insurgentes conocerán algo nuevo, empezarán a dominar otra cosa y, por supuesto, se volverán a enamorar.
“Cabaret en el Kit Kat Club” no es el “Cabaret” de toda la vida, pero partiendo del “Cabaret” de toda la vida, termina por potenciar una de las más grandes obras maestras del teatro musical universal.
Y en el caso de que usted no sepa nada de nada, o de que sea muy joven como para tener tanto referente, pues mejor. Se va a encontrar con una experiencia inmersiva espectacular, divertida, intensa, erótica, profunda y sorprendentemente actual.
Es muy conmovedor volver a escuchar esas canciones tan icónicas en esta propuesta que ha triunfado en lugares como Nueva York pero que aquí adquiere tintes mil veces más seductores.
¿Por qué? Porque a diferencia de lo que pasa allá, aquí estamos hablando de un espacio sagrado para el espectáculo y la cultura latinoamericana: el Teatro de los Insurgentes.
Y porque, además, tenemos la visión de un magnífico director: Mauricio García Lozano.
¿Sabe usted lo que es entrar a ese lugar donde se ha presentado lo más grande de lo más grande, pero por unas puertas rarísimas, como clandestinas, que no necesariamente corresponden con la entrada principal?
No, pero espérese, todavía no le he dicho lo mejor. Cuando uno mira el teatro por dentro no lo puede creer.
Haga de cuenta que demolieron más de lo que ya habían demolido de ese recinto tan importante para extender el escenario de manera que se meta mucho, pero mucho más, entre mesas, bares y butacas donde todo el tiempo están transitando meseros, galanes, prostitutas y borrachos.
No es “Cabaret” en el Insurgentes. Es el Insurgentes en “Cabaret”. Usted no va a ir a ver un musical. El musical se le va a meter a usted.
Y más o menos como sucedió con “Mamma Mia”, va a poder comer, beber y hasta organizar fiestas.
No todos los días se visita un antro del Berlín de 1928 donde “todo es bellísimo. Las mujeres son bellísimas. Los hombres son bellísimos. ¡Hasta la orquesta es bellísima!”
Y aunque espero que el menú se llene pronto de comida alemana, tragos exóticos y un montón de experiencias gastronómicas, hay que aprovechar, ir y “ser uno mismo”.
¿Cuál es la visión de Mauricio García Lozano? Una suerte de ajedrez que a pesar de su monumentalidad termina por construir una experiencia increíblemente íntima.
Fíjese lo que le voy a decir: en un musical uno normalmente mira coreografías. Algunas complicadas. Otras, no.
En “Cabaret en el Kit Kat Club” Mauricio pone, por ejemplo, una coreografía alucinantemente compleja como la de “Dos chicas” (“Two Ladies”) y la mete dentro de otra megacoreografía total que corre a lo largo y ancho del Insurgentes.
Es una coreografía dentro de una coreografía, dentro de otra coreografía y uno estalla en emociones mirando para todos lados, viviendo para todos lados, en un espectáculo donde el maestro de ceremonias ya no es un hombre. Es Irene Azuela.
Irene es un gran “actor”. Lo vimos, la vimos, en “Hamlet”. Bueno, aquí está haciendo historia porque sin dejar de interpretar a una mujer, interpreta a todos los géneros habidos y por haber como Lamore en “Siete veces adiós”, sólo que en perverso.
No hay manera de verla y de no rendirse ante ella. La señora no es una revelación porque tiene años demostrando de qué está hecha, pero consigue crear algo tan suyo que, dentro de su inmenso rango actoral, es una revelación.
Ilse Salas es gloriosa. Siempre lo he dicho. Lo mismo para el teatro clásico que para las comedias románticas en “streaming”.
Si Liza Minnelli estuviera bien de salud y la viera dándole vida a Sally Bowles, ocurrirían cosas muy mágicas porque Ilse le da un nuevo sentido al adjetivo impecable y reinventa lo “in-reinventable”.
Nacho Tahhan hace a un Cliff que nos permite entender cosas que jamás habíamos entendido en “Cabaret”. Es un gran actor. Alterna funciones con Gustavo Egelhaaf.
Anahí Allué y Alberto Lomnitz son dos figuras muy queridas de nuestro teatro musical. Tenerlos aquí es un agasajo. Están divinos. Se divierten y nos divierten. Sufren y nos hacen sufrir.
Ojalá que después pueda hablar con calma del resto del reparto, de los músicos y de otros aspectos de esta producción imperdible de Tina Galindo (q.e.p.d.), Claudio Carrera, Daniela Romo, Diego Luna, Daniel Villafañe, Priscila Alba y Lissy Castro.
Yo lo que le pido es que entre carcajada y carcajada, entre taco de ojo y taco de ojo, y entre musical y musical, se detenga a pensar en lo que cada personaje nos está diciendo. Se sorprenderá.
Luche con todas sus fuerzas por ver “Cabaret en el Kit Kat Club” en el Teatro de los Insurgentes. Le va a gustar. De veras que sí.