Le quiero ofrecer una disculpa pública a todas las personas que estaban en la misma sala de Cinépolis a la que fui la tarde del sábado pasado porque de seguro mis carcajadas, gritos y manotazos les arruinaron la función.
Pero me urgía ir a ver una película que en verdad me hiciera reír y Chilangolandia superó, por mucho, mis expectativas.
Le juro que yo iba preparado a ver la típica comedia romántica mexicana de los últimos años, más por salir de la casa que por divertirme, ¡y cuál! ¡Me encontré con un filme delirante, ingenioso y completamente diferente a todo lo que existe en el mercado!
Chilangolandia es para el cine nacional de hoy lo que Matando cabos para el de 2004. Todavía no puedo creer la cantidad de enredos, locuras y “estupideces” que pasaron frente a mis ojos todo el rato que duró la película.
No sé quién sea Carlos Santos, su director y escritor. No tengo el gusto ni de ubicarlo ni de conocerlo, pero ya le quiero invitar unos mezcales, ya quiero que haga otras 25 películas más. ¡Es buenísimo!
¿Qué es Chilangolandia? ¿De qué trata? ¿Quiénes salen? ¿En verdad vale la pena ir al cine a verla en lugar de esperar a que llegue a las plataformas?
Primero que nada, no se asuste por el título. Chilangolandia no es una película de los habitantes de Ciudad de México para los habitantes de Ciudad de México.
Es un conjunto de historias de gente que aparentemente está violando la ley para alcanzar un objetivo, como las cintas que Steve Martin hacía en los años 80 tipo Dos pícaros sinvergüenzas, pero con mexicanas y mexicanos de todos los tipos, colores y sabores.
No le quiero contar ni el más mínimo detalle para que se sorprenda tanto como yo, pero hace mucho que no tenía esta sensación de redondez fílmica, en comedia, en una película nacional.
Es como volver a los tiempos de Nosotros los nobles pero desde otra perspectiva.
Y si a esto que le acabo de decir le agregamos toda la parafernalia que rodea a la gente de la capital del país como los temblores, los retenes, los camoteros, los reguetoneros, los dorilocos, los San Judas Tadeo, las cámaras de seguridad, los taxis y los microbuses, el resultado es hilarante.
Yo no podía parar de reír, de pegarle a la butaca ni de gritar. Fue como una liberación. Hice el ridículo de mi vida. ¿Ahora entiende por qué le estoy ofreciendo una disculpa a la gente de cine?
Amé a los actores. Moisés Iván Mora (Una familia de diez) es la revelación cómica del año. ¡Qué bárbaro! La Fatshionista de Instagram (Priscila Arias) es mi nueva diosa del cine mexicano. ¡Felicidades!
Liliana Arriaga me dejó como idiota demostrando lo enorme actriz que es más allá de su glorioso personaje de La Chupitos.
Aarón Aguilar (a quien seguramente usted reconocerá de mil comerciales) es el nuevo gran actor cómico que México esperaba. No lo pierda de vista.
Carlos Corona (Mentada de padre) hace una delicia de interpretación. Ni los diputados actúan tan bien de diputados como él.
Pierre Louis (Todo va a estar bien) está irreconocible, tremendo. ¿Dónde estaba Emmanuel Orenday (La rosa de Guadalupe) antes de esta inmensa interpretación?
Silverio Palacios (El infierno) es el maestro de maestros. Punto. Dominio total de principio a fin.
Luis Felipe Tovar (El callejón de los milagros) se roba la película haciendo una actuación especial memorable. ¡Ovación para él!
Mire, yo podría estar aquí todo el día felicitando actor por actor, al guión, a la dirección, a la edición, a la música, ¿pero sabe qué? Mejor vaya a verla.
Chilangolandia es el mejor pretexto para ir al cine, para vivir la pachanga (siguiendo los protocolos sanitarios) como se vivía antes, como debe de ser.
Luche con todas sus fuerzas por verla (incluyendo los créditos finales). Le va a encantar. De veras que sí.
alvaro.cueva@milenio.com