Me encanta hablar de Drácula, porque todos somos expertos, todos sabemos quién lo hizo mejor, cuándo y, por supuesto, nada ni nadie nos va a hacer cambiar de opinión.
Es el juego de moda. Sucedió con Cuna de lobos, con Star Wars, con los superhéroes de Marvel, con los personajes de DC. ¡Por qué no iba a pasar con el rey de los vampiros!
En el remoto caso de que usted no sepa de lo que le estoy hablando, déjeme lo pongo en antecedentes:
Todos los años nuevos, BBC le regala algo especial a su público en Reino Unido: una serie, una película.
En este 2020, el regalo fue Drácula, una miniserie de tres capítulos de más o menos hora y media cada uno que, a partir de este clásico, crea cosas nuevas.
Netflix formó parte de esta inversión y unos cuantos días después, el cuatro de enero, la comenzó a distribuir en sus mercados globales desatando un escándalo monumental.
¿Por qué? Porque, ya sabe, nos encanta el pleito, nada nos gusta y de algo nos tenemos qué quejar.
Pero, la verdad, estamos ante un show grande, hermoso y poderoso, ante un espectáculo digno de ser analizado, discutido y estudiado.
Drácula es para el libro de Bram Stoker lo que Sherlock para las novelas de Arthur Conan Doyle, un pretexto para entretener a las nuevas generaciones con los personajes del pasado.
De hecho, es de Steven Moffat y Mark Gattis, los creadores de Sherlock. Así que ya se puede imaginar por donde va la cosa.
¿En qué me baso para afirmar que esto es algo grande, hermoso y poderoso? En la inteligentísima manera como estos señores tomaron el texto original y lo actualizaron.
No le voy a dar detalles para no arruinarle la experiencia, pero le voy a pedir un favor:
Imagínese que usted fuera Bram Stoker, que estuviera vivo en la actualidad, en pleno siglo XXI, con la tecnología que tenemos, las enfermedades, las redes sociales, los millennials, el me too, la diversidad sexual y las cuotas raciales.
Obviamente Jonathan Harker hubiera tenido otras motivaciones, Lucy se hubiera visto diferente y Van Helsing hubiera sido un personaje de otro tipo. ¡Es lo que vemos en la miniserie!
¿Qué tiene esto de hermoso? Lo mismo que Drácula tuvo cuando fue escrito en 1897: amor, terror, sexualidad, heroísmo, vida eterna, sacrificio.
No nos hagamos tontos. Por más que queramos, los conceptos de amor, terror, sexualidad, heroísmo, vida eterna y sacrificio que tenían las mujeres y los hombres de finales del siglo XIX son muy diferentes a los que tenemos en 2020.
Por eso estoy convencido de que este Drácula es poderoso.
Cuando usted lo vea y llegue al final del último episodio, inevitablemente verá al monstruo en su interior y entenderá cosas que jamás había entendido de estos personajes.
Está de más que le hable del prodigioso reparto o de la magnífica producción que hay detrás de esta miniserie que viaja por diferentes épocas y lugares hasta rematar en el Londres de hoy.
Por favor vea de principio a fin Drácula en Netflix, véala sin prejuicios, déjese llevar y le garantizo que se sorprenderá.
¡Y mire que pocas cosas pueden llegar a ser más complicadas en este momento que sorprenderse con algo en lo que todos somos expertos como Drácula! ¿O usted qué opina?
alvaro.cueva@milenio.com