Admirable, la 62° entrega del Ariel, que se llevó a cabo la noche del domingo pasado, fue admirable.
¿Por qué? Porque para cualquier otra academia hubiera sido muy fácil no hacer nada con el pretexto de la pandemia o de la falta de recursos.
Pero no, estas mujeres, estos hombres, lucharon con uñas y dientes para hacer su premiación y así, sin dinero, sin glamour y hasta sin tecnología, retaron al destino.
¿Para qué? Para mandarnos algunos de los mensajes más críticos, más fuertes y más importantes que nunca nadie haya mandado desde una industria cultural desde que comenzó el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Ojo, para que luego no anden diciendo que en el México de hoy no hay libertad de expresión.
Juan Carlos Rulfo, cuando se enteró que había ganado por Lorena, la de pies ligeros, se le fue a la yugular al megaproyecto del Bosque de Chapultepec.
¿Qué fue lo primero que vimos cuando comenzó la fiesta? El aviso de “Ya es hora”.
¿Por qué? Entre muchas razones, porque en este Ariel se anunció el primer protocolo integral contra el acoso y el hostigamiento para la producción audiovisual en México.
¿Sí entiende la importancia de esto en un país como el nuestro? ¿Sí entiende la relevancia de esto en una industria tan sexualizada como la del cine?
Pero espéreme, falta lo mejor: Mónica Lozano, la presidenta de la Academia, fue contundente. No podemos permitir la desaparición de los fideicomisos para el cine y hoy, casualmente, es un día fundamental para esta lucha.
¿Ahora entiende cuando le digo que aquello fue admirable? Lo demás, fue lo de menos. ¡Felicidades!
¡Qué gran manera de mandar mensajes! ¡Qué gran manera de atender a una parte fundamental de una comunidad artística en medio de una emergencia sanitaria!
Sí, la ceremonia duró más de tres horas y media. Sí, tuvo la colección más escandalosa de problemas técnicos que jamás se haya visto en una entrega de premios de esta naturaleza y la miseria brotaba de la pantalla.
Pero eso, en lugar de hundir la transmisión, la convirtió en un mensaje adicional para la Cuarta Transformación: urgen recursos para el cine mexicano, uno de los más premiados, queridos y admirados del mundo entero.
Y no es lo mismo que nos lo digan desde la opulencia, como en otros festejos, a que nos lo digan así: sin equipo, sin vestuario, sin internet.
El resultado fue una suerte de festejo familiar con una pareja de conductores en perfecto equilibrio.
Roberto Fiesco no es sólo una pieza clave de la creación de cine en México, es una eminencia que se las sabe de todas, todas.
Y Verónica Toussaint, su compañera, es una comunicadora desenfadada, chistosa y con una agilidad mental, deliciosa.
Resultado: teníamos todo el conocimiento y toda la diversión para resolver lo mismo los momentos grabados con anticipación que las situaciones en directo sin perder una micra de credibilidad, cosa que no pudimos decir, por ejemplo, un domingo antes, en los Emmys.
Lucía Álvarez habló como una reina. El discurso de María Rojo fue de una honestidad preciosa pero el que se llevó la noche fue Daniel Giménez Cacho que jugó con el público y con las carencias de esta clase de transmisiones hasta que se cansó y apareció en el escenario sorprendiéndonos a muchos.
Fue una noche de oro, la noche de Ya no estoy aquí, de mil y un talentos, de mil y un estrellas. Fue una noche donde se dijo: no se olviden de nosotros. Necesitamos ayuda. Necesitamos más. ¡Bravo!
alvaro.cueva@milenio.com