El domingo pasado fui al teatro, a un teatro de verdad, con actores de carne y hueso.
Perdón, no sé si entienda la magnitud de lo que le estoy diciendo. Nuestros teatros estaban cerrados por culpa del covid-19. Desde marzo que no iba a un lugar así, que no vivía una experiencia así.
Fue tan hermoso que todavía me acuerdo y me dan ganas de llorar de la emoción porque, además, no se trató de una obra cualquiera, se trató de una puesta en escena diseñada específicamente para la reapertura de los teatros en México.
No puedo creer la visión de Pepe Valdés que, al darse cuenta de la magnitud de la pandemia, supo anticiparse al regreso escalonado a la actividad teatral y crear una experiencia a la medida del momento histórico, a la medida del teatro donde se iba a presentar.
¿De qué le estoy hablando? De Elena, una producción original de Mariana Garza y Pablo Perroni que se estrenó el pasado fin de semana en el Teatro Milán de la Ciudad de México.
¿De qué trata? De la reapertura del teatro. Sí, yo sé que suena muy extraño, pero precisamente ahí está su valor.
Pepe sabía que el día que reabrieran los teatros en la Ciudad de México la gente no iba a poder abarrotar las butacas y que los actores no iban a poder interactuar como en los viejos tiempos.
Pero, al mismo tiempo, sabía que la gente tenía que regresar y que los actores iba a estar muriéndose de ansiedad por volver al escenario.
¿Qué fue lo que hizo? Escribió el espectáculo perfecto, una obra donde la gente entrara en grupos de diez personas y que, al mismo tiempo que fuera recorriendo todos los rincones del enorme edificio que es el Teatro Milán, se fuera metiendo en una historia preciosa.
¿Qué historia? No le voy a vender trama para no arruinarle la experiencia, pero palabras más, palabras menos, es la historia del Teatro Milán que, como usted sabe, estuvo abandonado durante más de 20 años por el terremoto de 1985.
Elena es algo así como el Cinema Paradiso del Teatro Milán, la película de fantasmas que Guillermo del Toro quisiera dirigir, un homenaje bellísimo al teatro, a sus actores y, sobre todo, al público que con su energía hace posible que la magia se lleve a cabo.
Si usted ama el teatro tiene que luchar con todas sus fuerzas por estar ahí, subiendo, bajando, viviendo y cantando con Mariana Garza, Pablo Perroni, María Perroni Garza, Anahí Allué, Aitza Terán, Gloria Toba, Héctor Berzunza, Ignacio Riva Palacio, Salvador Petrola y Juan Cabello.
Yo no sé qué les admiro más, si sus actuaciones y su vocación, o toda la parte científica que hay detrás para garantizar la seguridad del público.
Le explico: usted tiene que comprar sus boletos en línea y llegar con su cubrebocas al teatro donde pasará por los protocolos de rigor, pero donde, además, todo está calculado.
¿Para qué? Para que nunca se rompa la sana distancia, para que usted se siente en posiciones en las que ninguna otra persona se sentará antes o después y para que en verdad se sienta seguro en términos de salud.
Elena es una locura como experiencia teatral y como experiencia sanitaria. Yo al final estaba profundamente conmovido y con ganas de aprenderme la canción.
Y es que, por si todo lo que le acabo de decir no fuera suficiente, tiene todos los componentes de nostalgia, de participación del público, de resolución de enigmas y de belleza que se necesitan para que las audiencias sean felices en la actualidad.
Ojo: esto va a ser irrepetible porque, conforme se vayan autorizando más cambios en la reapertura de los teatros de la capital del país, poco a poco se irán abriendo todos los foros que integran el complejo de escenarios que es el Teatro Milán.
Cuando eso suceda, será imposible que la gente pueda volver a ir del foro de mero arriba al foso del teatro más grande y de la escalera donde está la Virgen de Guadalupe al escenario central.
Esto es por y para la reapertura del Teatro Milán. Ahora o nunca. Prohibido perdérselo. Prohibido no regresar. ¡Felicidades!
alvaro.cueva@milenio.com