Como usted sabe, todo el mundo se está quejando de “The Idol”, la nueva serie de HBO.
¿Por qué? Dicen mil y un cosas: que si por el sexo, que si por las drogas, que si por los trastornos, que si por las promesas, que si por las actuaciones.
Hay un punto en que se nota que ni el público ni los especialistas saben qué decir.
Le voy a dar mi humilde explicación de los hechos: “The Idol” no es mala. Al contrario, es más que buena. Es magistral.
Su problema es que rompe con todos los vínculos que esta marca había construido con sus audiencias en títulos como “Succession”, “The Last of Us”, “White Lotus”, “Euphoria” y “House of the Dragon”.
HBO había multiplicado sus resultados con estos contenidos porque se trataba de historias que conectaban con los jóvenes (que son el público más numeroso) de todo el mundo.
Si no venían de clásicos como “Game of Thrones” venían de los videojuegos. Si no hablaban de realidades cercanas, como las drogas, contaban conflictos de familia. Siempre había una manera de identificarse con los protagonistas, de apropiárselos, de jugar a “¿del lado de quién estás?
Con “The Idol” todo esto es imposible. HBO repitió los mismos errores de fracasos como “Vinyl” y “Luck”. Se les pasó la mano de “premium”.
No le voy a contar detalles para no arruinarle la experiencia pero “The Idol” es una serie tan fina, tan como de cine independiente caro, tan gourmet, que no hace contacto con nadie.
Su protagonista no sólo es blanca, rubia, delgada, sexy, rica, famosa y perfecta. Sufre por tonta, porque quiere, por razones que, ante los ojos de las audiencias, son ridículas.
Ella, por ejemplo, se la pasa muy mal, ahogada en su mundo de mimos y de lujos, porque no puede crear una canción que la represente.
Supongamos que le creemos. Luego viene lo peor. ¿Por qué no puede componer una canción que la represente? Porque no sabe coger.
Perdón, pero eso, para el público de “Succession”, para los fans de “The Last of Us” y los adoradores de “Euphoria”, es una mentada de madre.
Y por si esto no fuera lo suficientemente malo, es una aberración de lo políticamente incorrecto porque justifica la violencia de género, las agresiones sexuales:
¡Ah, no coges rico! ¡Pues vamos a violarte! ¡Vamos a enseñarte a componer!
¿Sí se da cuenta de lo terrible de lo que le acabo de decir? ¡A quién le importan el nombre de los protagonistas o si esto se presentó en el Festival de Cannes!
Se necesita estar muy metido en lo más caro de la industria musical internacional o tener auténticos problemas en el alma para enganchar con una propuesta de esta clase.
¿Pero quiere que le diga lo peor? Que “The Idol”, insisto, es una obra maestra.
Ojalá no le diera continuidad a los otrora legendarios domingos por la noche de HBO. Ojalá no fuera para las mismas audiencias.
Si estuviera sola en el universo, o si formara parte de otra barra de programación, se podría interpretar como las películas de Lars von Trier (“Ninfomanía”), pero en serie.
La escena uno del primer capítulo reinventa lo sublime. Todas las reflexiones que se hacen sobre el mito de las redes sociales, son prodigiosas.
Y, perdón, pero a mí las actuaciones me parecen memorables. Son tan como de festival como sus valores estéticos y de producción.
¿Qué va a pasar aquí? Sólo lo sabremos conforme se vayan distribuyendo el resto de los capítulos de la temporada.
Igual y se compone. Igual y se hunde. Yo sólo le recuerdo que cuando salió la temporada uno de “The White Lotus”, fuimos muy pocos los periodistas que nos atrevimos a elogiarla.
Y tan pronto se estrenó la temporada dos, ¡zaz!, el mundo entero se rindió ante este concepto y no sólo eso, regresó a la primera temporada.
Luche por ver “The Idol” en HBO o en HBO Max, pero, por favor, no la vea como parte de un continuo en la programación de esa marca. Llegue a ella como algo nuevo, ultrapremium. Así y sólo así, le va a gustar como a mí. De veras que sí.