Cambio. Siempre que hablamos de cambio hablamos del presidente, de los gobernadores, de los diputados, de los senadores o de los políticos en general, pero jamás hablamos de los jueces.
Es como si ellos no formaran parte de la ecuación.
¡Qué curioso! A todos nos enseñan desde muy pequeños que tenemos tres poderes: el ejecutivo, el legislativo y el judicial.
Y nos la pasamos en el ácido atacando o defendiendo al ejecutivo o al legislativo. ¿Pero qué pasa cuando llegamos al judicial? Nada.
Nadie lo cuestiona. Nadie opina. Nadie se mete. Como si fuera perfecto. Como si no nos perteneciera. Como si nosotros le perteneciéramos a él.
¿Por qué? ¿Porque lo tenemos idealizado? ¿Porque es impenetrable? ¿Porque le tenemos miedo?
Quiero que se dé cuenta de que en este país nos hemos metido con los políticos, con los empresarios, con los intelectuales, con los delincuentes. ¡Hasta con la mismísima Iglesia Católica!
Pero hay algo aquí tan grande, tan fuerte y tan poderoso que nada ni nadie se ha metido con los jueces.
Todo el tiempo estamos viendo historias de injusticia alrededor de la justicia mexicana:
Que si con las herencias, que si con los divorcios, que si con los despidos injustificados, que si con los asaltos, que si con los accidentes.
No y ni nos metamos con las violaciones, los secuestros, las desapariciones, los asesinatos ni con todo lo demás porque entonces sí jamás acabaríamos.
¿Cuántas historias de auténtico terror no ha vivido usted por un asunto legal? Haga memoria. No lo normalice. Acuérdese. Reflexione.
Es tan monstruosamente injusto nuestro poder judicial que se han hecho cualquier cantidad de películas, series y documentales, pero no hablando de lo que hablan las películas, las series y los documentales que nos llegan de otras partes del mundo.
¡No! Hablando de la gente que pasa años en las cárceles mexicanas esperando una sentencia, de criminales que son liberados por un tema de procedimientos, de personas que son tratadas de manera diferente por ser pobres, por ser mujeres, por ser indígenas o, peor tantito, por no ser francesas. ¿Le sigo?
¿A usted no se le hace medianamente increíble que a pesar de todo esto nadie diga nada?
Por eso yo celebro lo que Andrés Manuel López Obrador está poniendo sobre la mesa.
Por más que los políticos hagan cambios sin importar si son presidentes, gobernadores, alcaldes, diputados o senadores, esto no va a cambiar si no cambian los jueces, si no cambia el poder judicial.
Es un escándalo todo lo que está saliendo a la luz y el peor error que podría cometer la oposición sería ponerse en contra de lo que está proponiendo el presidente porque sería echarse encima no sólo a los seguidores de AMLO sino a todas y a todos los que han sido víctimas de la justicia mexicana.
Y ahí sí no hay politización que aguante porque los más perjudicados en esta historia han sido, desde hace décadas, los pobres y la clase media.
Sí, esa clase media que de repente sucumbe cuando los enemigos del sistema hablan de dictadura, de comunismo y de un montón de cuestiones rarísimas.
Porque, pues sí, muy democráticas, muy capitalistas y hasta muy religiosas sus propuestas, ¿pero qué ha pasado cuando los mexicanos han necesitado de la justicia?
¿A poco cuando la oposición estuvo en la cima las cosas fueron diferentes? ¿A poco si regresa cambiarán?
No se confunda. Esto no es el INE. Esto es superior. Esto es supremo. Es la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Qué pantalones los de Andrés Manuel López Obrador, sus colaboradores y seguidores porque nadie, en nuestras generaciones, se había atrevido a meterse con ésta, la última entidad intocable que teníamos.
Cambio. Siempre que hablábamos de cambio hablábamos del presidente, de los gobernadores, de los diputados, de los senadores o de los políticos en general, pero jamás habíamos hablado de los jueces.
Cambio. Ahora sí podría haber un cambio. ¿O usted qué opina?