Hermoso. No lo puedo decir de otra manera. El evento de AMLO de este 18 de marzo, en el Zócalo de la Ciudad de México, estuvo hermoso.
¿Por qué? Porque recuperó una de las festividades más importantes, pero al mismo tiempo más boicoteadas, de la historia de la mexicanidad: la expropiación petrolera.
En caso de que a usted no le haya tocado, no se acuerde o no entienda, se lo explico rapidito:
A muchas mujeres y a muchos hombres nos enseñaron, de niños, que la expropiación petrolera era lo máximo.
Me acuerdo perfectamente bien que, en la primaria, había una asamblea extraordinaria con cualquier cantidad de número artísticos y que las maestras nos pedían monografías, tareas y un montón de trabajos alrededor de Lázaro Cárdenas y de este evento.
Por un lado teníamos el tema del petróleo. Sí, fundamental. Pero, por el otro, teníamos la dignidad de un México que había recuperado su patrimonio, la de un pueblo que había apoyado al presidente hasta con sus vacas y sus gallinas para que eso fuera posible.
Probablemente todo esto ante los rigurosos ojos de las audiencias del siglo XXI suene pavorosamente romántico, pero le juro que era muy bueno porque nos unía, nos hacía sentir que éramos los dueños de los recursos naturales de nuestro país y porque nos llenaba de orgullo, del orgullo de ser mexicanos.
Yo no sé si fue cuando el hijo de Lázaro Cárdenas se lanzó de candidato a la presidencia de la república, pero más o menos en aquellos años, finales de los 80, principios de los 90, todo cambió.
Nos dijeron que nuestros recursos naturales jamás habían sido nuestros, que el gobierno no tenía por qué administrar esas cosas, que lo hacía mal y que, para acabarla de amolar, ya no había petróleo.
Para no hacerle el cuento largo, lo mejor que le podía pasar a PEMEX era lo mismo que le pasó a Teléfonos de México, al Instituto Mexicano de la Televisión y a muchas otras instancias: que se privatizara.
El tiempo pasó, las reformas fueron y vinieron, y la fiesta de la expropiación petrolera se convirtió en algo cada vez más triste, negativo y olvidado.
Ver ayer por los medios públicos mexicanos como El Once, Canal Catorce, Capital 21 y Canal 22 lo que pasó en el Zócalo fue recuperar algo más que el legado del General Lázaro Cárdenas, fue recuperar el amor a México.
A ese México que nos unía, a ese México en el que podíamos creer, a ese México que nos llenaba de orgullo.
Y, en efecto, fue como las asambleas de la infancia con toda la parte de los discursos pero también con toda la parte de la fiesta.
Me parece increíblemente inteligente y poderoso que Andrés Manuel López Obrador esté rescatando nuestro imaginario colectivo alrededor de un asunto tan positivo, tan del pueblo.
Ver aquella multitud fue una gloria, pero sentir toda esa emoción fue mil veces más gratificante porque, usted no me dejará mentir, de un tiempo a la fecha como que se nos acabaron los motivos de satisfacción a las mujeres y a los hombres de este país.
Todo era malo, militar, sangriento o sólo para celebrar o los triunfos de la religión o de empresas muy específicas. Estábamos perdiendo la alegría cívica.
Sí, yo sé que hay gente que sigue pensando que nuestros recursos no son nuestros, que el gobierno no tiene por qué administrar esas cosas, que lo hacen mal y que no hay petróleo.
Debe ser muy duro descubrir que no es así. Debió haber sido muy duro escuchar al presidente.
Por eso el evento de los 85 años de Soberanía Petrolera fue doblemente relevante. Por eso el evento de los 85 años de Soberanía Petrolera fue más importante que muchos otros que hemos visto en los últimos años. ¿O usted qué opina?