Me interesa que se hable de Iztapalapa, que se hable mucho, que se hable bien.
Quiero limpiar el nombre de este rincón de la Ciudad de México porque entre la oposición, el algoritmo y las agendas de algunos medios, cada vez que se pronuncia la palabra Iztapalapa haga de cuenta que se está hablando del diablo y no se vale.
Sí, en Iztapalapa han ocurrido tragedias pero estamos ante una de las historias de éxito más maravillosas de todo el país.
Por un lado está la transformación que inició Clara Brugada que ha convertido esa entidad en tierra de paz, de cuidados y de progreso.
Pero, por el otro, tenemos un pueblo increíblemente rico en cultura, valores y tradiciones.
Ojo: casi nunca hablamos de cultura, de valores ni de tradiciones cuando hablamos de las grandes ciudades. Es como si la modernidad fuera una maldición, como si la modernidad acabara con todo eso.
Yo no sé dónde me esté leyendo usted, pero entienda que la Ciudad de México, a pesar de su nombre, es un estado como Yucatán o como Tamaulipas.
Iztapalapa es una alcaldía, un municipio, una ciudad entera como Monterrey o como Guadalajara.
La suma de Iztapalapa con el resto de las alcaldías de la Ciudad de México crea una entidad francamente maravillosa. Algunas personas la miran como una de las ciudades más grandes del mundo.
La verdad es que se trata de un espacio único, fabuloso y complejísimo donde coexiste lo mejor de lo urbano con lo mejor de lo rural creando culturas asombrosas.
La de Iztapalapa es una de ellas y lo que acaba de ocurrir a nivel internacional lo confirma.
La representación de la pasión, muerte y resurrección de Cristo en Iztapalapa acaba de ser declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la mismísima UNESCO, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
¿Sabe usted cuántas expresiones artísticas de cuántos países poderosísimos de los cinco continentes matarían por un honor como éste?
Sí estamos ante algo muy importante porque a pesar de las apariencias, no estamos hablando ni de un evento religioso ni de una manifestación teatral. Estamos hablando de algo social.
He tenido el privilegio de entrevistar a mucha de la gente que organiza y que participa en esto desde hace muchos años y sí quisiera explicarle un poco de lo que tenemos aquí.
La Semana Santa en Iztapalapa (llamémosla así para efectos prácticos) es una aportación que las mujeres y los hombres de los ocho barrios, de los ocho pueblos originarios de esa alcaldía han estado realizando desde hace más de 182 años.
No es un espectáculo que dure un par de horas. Son días enteros en que la gente más humilde revive detalle a detalle la pasión de Cristo.
Yo sé que esto es un éxito que año con año convoca a millones de personas entre gente de la Ciudad de México, turistas y medios de comunicación.
Pero quiero que piense en todo lo que hay detrás porque esto no es un negocio, es un acto de creación comunitaria que le da sentido a toda una población durante todo el año.
Porque se lanzan convocatorias para seleccionar a las personas que no son actrices, que no son actores, pero que tendrán que entrenar su cuerpo, memorizar unos parlamentos de lo más complicados y aprender a ponerlos, no en escena, en las calles bajo condiciones extremas.
Pero no van solas, no van solos. Esta la coordinación de todo esto, el diseño de vestuario y maquillaje, la construcción de escenografías y utilería, la adquisición de instrumentos musicales.
Y todo cuesta. Y estas mujeres y estos hombres, que no son ricas, que no son ricos, se las ingenian para interrumpir su vida, sus trabajos, sus estudios, para pagar los materiales y para hacer todo con sus propias manos, no una vez, año con año.
El resultado es un acontecimiento cultural inabarcable que une a viejos y a jóvenes, a mujeres y a hombres, y a pobres y a ricos en una suerte de espiral artística que atraviesa la historia de la capital de la nación.
¡Para que luego vengan y me hablen mal de la gente de Iztapalapa!
¡Para que luego vengan los clasistas, los racistas y todas esas, y todos esos, que se creen “muy muy” a burlarse de esto!
¿Cómo les quedó el ojo? ¿No les da vergüenza? Esta gente, esta gente del barrio, esta gente del pueblo, acaba de llenar de orgullo a todo México. ¡Gracias! ¡Mil gracias! De corazón.
Y gracias a Claudia Sheinbaum, a Clara Brugada, a Aleida Alaves Ruiz, a Claudia Curiel, a Ana Francis Mor, a Diego Prieto Hernández, a María del Carmen Ruiz Hernández, a Alonso Millán, a Braulio Luna y a una larguísima lista de nombres e instituciones porque aquí ocurrió algo muy especial:
La declaratoria de la UNESCO no es sólo el resultado de la unión de las y los iztapalapenses. Es el resultado de un trabajo titánico que unió administraciones nacionales, locales y hasta medios públicos desde hace muchos, muchísimos años.
Por favor vea la serie documental “Semana Santa en Iztapalapa” del canal Capital 21 en YouTube. Es exquisita.
Y no sólo lo digo yo, lo dijeron los expertos que estuvieron cuando se hizo la declaratoria en Nueva Delhi.
Aquí es cuando queda claro que la Cuarta Transformación no es un sexenio. Es algo que va más allá de una sola persona, de un solo período. Es, volvemos a lo mismo, algo social.
¡Gracias, Iztapalapa! ¡Que vivan tus mujeres! ¡Que vivan tus hombres! ¡Que viva el Comité Organizador de la Semana Santa en Iztapalapa (COSSIAC)! ¡Bravo!