Sinvergüenza, mentiroso, tramposo. ¿Se le ocurre alguno más? Anéxelo a la lista. Todo se lo han dicho y parece no molestarle: los descalificativos se han convertido en parte de su investidura presidencial. Ha pasado más de una semana desde la elección en Venezuela del pasado 28 de julio y, a pesar de las manifestaciones, las presiones internacionales y, por el otro lado, la feroz respuesta del presidente Nicolás Maduro, el tema parece no ir ni para adelante ni para atrás y lo único que avanza es la tensión y la lista de adjetivos para el mandatario marrullero, embustero.
Un fraude. Pocos tienen duda de que lo que aconteció la semana pasada en Venezuela fue eso. De hecho, la mayoría piensa que la de ahora es una copia más ruda y violenta de la elección de 2018 en la cual, después de reclamos y protestas, el presidente Maduro terminó asignándose a sí mismo de nuevo el país entero. Esos mismos afirman que lo único que le queda al Movimiento Bolivariano Revolucionario es el nombre que aún conserva algo de dignidad y nostalgia, pero, sobre todo, las pistolas de la milicia que está sumada al gobierno (lo bueno es como decimos aquí: México no es como Venezuela... ah, no, bueno, en eso de la milicia sí).
Elvis Amoroso, presidente del Consejo Nacional Electoral de Venezuela, miembro del partido oficial, fiel a Maduro, responsable de la inhabilitación como candidata a la presidencia de María Corina Machado, líder moral de la oposición, dijo que habían tenido un ciberataque y que por eso no habían presentado las actas, pero que ya llevan casi 95 por ciento computadas y que sí, efectivamente ganó Maduro, y que ya casi las van a presentar. Todo lo cual hace pensar que aquí lo único que es verdad es el nombre de Elvis Amoroso y lo terrible que resulta tener la presidencia del Consejo Electoral en manos de una persona con filiación inquebrantable hacia el partido oficial (insisto, lo bueno es que México no es Venezuela... ah, no, perdón, en eso de la presidencia del INE también, una disculpa).
Para bien y para mal, para eso están los gringos. En el caso de las izquierdas políticas, para tener a quien echarle la culpa. Siempre se puede apelar al imperialismo yanqui, al intervencionismo voraz y tapar con ello el fracaso venezolano evidenciado por una devaluación de 2 millones por ciento y 7.7 millones de venezolanos en el exilio. Izquierdas que, si lo pensaran, lo único que les queda por defender es el nombre del movimiento: lo único que queda de la desgracia venezolana. Y, en el caso de las oposiciones, porque piensan que los americanos son los salvadores del mundo y “no van a dejar que algo así pase” y “van a hacer algo”. Cosa que suena a guerra fría, a televisión en blanco y negro, y además no sucede, porque en el fondo no les importa. “Neofascistas” les llaman a estos los que apoyan a Maduro. No sé siquiera si pueden explicar qué es eso, pero si sacan a la gente de la catástrofe venezolana, que se llamen como les dé la gana.
A todo esto la posición de México es la diplomacia, que platiquen, que lleguen a un acuerdo y que se den la mano. ¿A estas alturas? ¿Maduro? ¿Un autoritario, descarado? Imposible. Más bien debemos de estar haciendo tiempo para que se corone triunfador. Y es que la mano no la puede dar, trae una pistola y está apuntando.