Se dispone una vela negra en cada vértice de una estrella de cinco puntas trazada en el suelo con tiza blanca. En el centro se ubica a nuestro candidato. De preferencia se tienen dispuestos muñequitos vestidos a semejanza de los adversarios: uno con huipilito de colores, otro con colita de caballo, otro con paja semejando el pelo. Se repite un conjuro cuatro veces mientras se encienden las velas y se clavan alfileres en los cuerpos de los muñecos. Al terminar, el marketing político estará activado. Los electores amarán a nuestro candidato y solo pensarán en él o ella, día y noche hasta que depositen su voto en la urna. Ese día, el hechizo quedará conjurado y el votante despertará sin comprender su ensoñación.
Así de macabro y misterioso, como si fuera magia, muchos piensan que es el marketing político. Poderes sobrenaturales capaces de lograr efectos extraordinarios en los posibles votantes. “Xóchitl Gálvez es producto del marketing político”, se dijo en repetidas ocasiones la semana pasada. Lo cierto es que las intenciones de la frase eran en realidad las oscuras y engañosas: minimizar la fuerza de la candidata, desprestigiar sus logros y negar sus cualidades.
El Presidente y sus seguidores en redes intuyen que adjudicar a las fuerzas supuestamente malignas del marketing el impacto que el surgimiento de Xóchitl ha tenido ensuciará su candidatura y detendrá su ascenso. Adicionalmente, los ayuda a procesar por las noches el que alguien les haya arrebatado la agenda y la narrativa. ¿Cómo es posible que Xóchitl emocione más que Claudia, la candidata predilecta del Presidente? Es más, ¿cómo es posible que emocione aún más que nuestro propio mandatario? Por el siniestro marketing político y su perverso dinero se responden para poder conciliar el sueño. Sin embargo, ¿cómo explicar entonces la poca emoción que provoca Claudia siendo que lleva dos años con una inversión multimillonaria mercadeándola en vallas, giras y menciones en medios masivos? ¿Habrá que decirlo otra vez con peras y refrescos? La Coca-Cola no se vende solo porque la anuncien, sino porque a la gente le gusta. ¿Habrá que subrayar el clasismo implícito en el supuesto descrédito? El pueblo bueno no es tonto. Al famoso modelo Edsel, Ford le invirtió una inmensa cantidad de recursos y aún así es considerado el mayor fracaso de la industria automotriz. A la gente no le gustó.
¿Qué sucede entonces con el marketing político de Claudia? ¿Son malos los brujos que trabajan con ella? ¿Alguna velita se le apagó?
Antes que cualquier cosa, el marketing necesita de un buen candidato, de un buen producto, para de ahí empezar su trabajo. Xóchitl es una buena candidata antes de cualquier marketing: entusiasma y emociona de manera orgánica. Tanto, que los jóvenes se están uniendo a la conversación: participan, hacen memes, dibujos y videos. Si esto continúa así, más jóvenes podrán decidirse a votar y entonces el resultado de la elección puede sorprender en algunos rubros o, por lo menos, lograr que seamos más los que decidamos nuestro futuro.
Si el Presidente y su gente se niega a ver esto y continúan tratando de desacreditar a Xóchitl con el grito de “tamales, tamales” o cualquier otro menos clasista, el marketing político se lo estarán haciendo ellos mismos y el costo será insólito.