Lo que haría yo si fuera Biden

Ciudad de México /

¿Qué haría yo si fuera Biden? No esperaría a que alguien me diera su opinión sobre la Convención Republicana que inicia hoy. No cenaría en el comedor de la Casa Blanca como todos los días, con lo cual evitaría algún comentario, algún mortificado silencio y alguna mirada que no quisiera sostener la mía, aunque todo viniera de mi esposa Jill. Pediría que subieran a mi habitación cualquier cosa sencilla para cenar. Subiría temprano. Me quitaría el traje, la camisa, los zapatos. Prendería la televisión en el canal más crítico hacia mi presidencia y más cruel hacia mi persona. Aquel que tuviera programada una cobertura completa de la Convención Republicana. FOX podría ser. Pondría en mute la transmisión y me recostaría en la cama. Dispondría un vaso de agua en el buró y a su lado alinearía las tres pastillas que me tocan por la noche.

Esperaría a que volvieran a pasar la imagen del atentado a Trump del sábado pasado. A pesar de haberla visto un sinnúmero de veces, la volvería a ver. Así, en silencio. Una imagen que nació siendo histórica. Una estampa que asemeja una estatua labrada en piedra a la que no se le alcanza a ver la base porque aún no saben si ponerla en un parque o en una glorieta. Una hipérbole de carne y hueso. ¡Qué curioso! —pensaría—, que a un hombre como Trump, al que le gustan tanto las hipérboles por considerarlas el mejor instrumento de trabajo de un político, le tocara personificar una de carne y hueso. Un capítulo de ensueño para sus biógrafos.

Me volvería a preguntar por qué nadie escucha cuando Trump, rodeado por el servicio secreto, le ordena a los agentes que no lo levanten hasta que se ponga los zapatos, y pide que lo dejen sacar el brazo para levantar el puño y mirar a cámara. ¡Qué curioso! —volvería yo a pensar—, que al caer Trump al suelo, la sangre de su oreja corriera a través de dos delgados arroyos hasta desembocar en su propia boca.  Una metáfora impecable de nuestra democracia. ¡Fight!

No cabe duda que Trump sabe hacer esas cosas, yo no. Lo ha hecho toda la vida. Cerraría los ojos y me recordaría a mí mismo lo que yo sí sé hacer. Una larga e impecable carrera. En el logro está el fallo. Larga, demasiado. Busco que me elijan como presidente cuando por la edad no lograría empleo ni como despachador de hamburguesas.

Abriría los ojos. Una vez más me tocaría ver la imagen del atentado. Y en ese instante tomaría la decisión.

Si yo fuera Joe Biden me bajaría de la contienda. Si continúa, será la contienda de un anciano contra un superhéroe. Del hombre mayor que solo se tropieza contra el que tiene la fuerza para pelear y gobernar aun sangrando. No puede ganar. Y aun si ganara, su presidencia sería la de la burla, el choteo y el desprecio. Porque se le trabó la lengua, caminó despacio, porque se quedó mirando. Y por si fuera poco, porque cada día será más viejo. Aun ganando, perdería.

Ahí está en la televisión otra vez la imagen. Impresionante. El puño en alto, el traje azul, la camisa blanca impecable y la sangre roja que le cruza la cara. Los mismos colores de la bandera de Estados Unidos que corona la imagen ondeando.

Biden recordará entonces que se tiene que tomar sus pastillas. Cambiará el orden al tomarlas. Empezará con la azul, luego la blanca y dejará la roja para el final.


  • Ana María Olabuenaga
  • Maestra en Comunicación con Mención Honorífica por la Universidad Iberoamericana y cuenta con estudios en Letras e Historia Política de México por el ITAM. Autora del libro “Linchamientos Digitales”. Actualmente cursa el Doctorado en la Universidad Iberoamericana con un seguimiento a su investigación de Maestría. / Escribe todos los lunes su columna Bala de terciopelo
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