Trump: una prueba más de que estamos locos

Ciudad de México /

Ni usted ni yo podemos saber si estamos locos. Y es que en sí mismo, el autodiagnóstico de la locura es una locura. Un imposible. El descrédito a uno mismo es un desvarío: no me crean, no me sigan, no me lean, no se acerquen, no me ayuden, no me quieran. Inconcebible. Por eso a la locura siempre la han diagnosticado los otros: los que no están locos. Los que tranquilizan al loco, los que llevan al loco al centro hospitalario, aun los que aprietan los cinturones por la espalda de la camisa de fuerza que inmoviliza al loco. Lo que resulta insólito y rara vez se ve, es que ahora sean los cuerdos quienes vitoreen a los locos, citen de memoria lo que los locos dicen, los que confeccionen gorras, camisetas y hasta muñequitos con la figura de los locos. Los que votan por los locos, los que hacen a los locos presidentes.

Sabíamos que sería así. Por eso cuando hoy escucho los que critican lo que está haciendo Trump, los que dicen que está loco y que su locura está desbordada de soberbia y crueldad, esa con la que no solo lastimará al mundo sino a su país y a su pueblo, insisto: justo como él mismo dijo que sería. Una locura.

¿Qué es? ¿Nos da miedo o nos fascina? (hablo en plural porque aunque no hayamos votado por él, votamos por otro que era igual y porque hay en el proceder de elegir a alguien así una emoción humana que compartimos, que nos compete y que nos responsabiliza).

¿Nos fascina? Sí. Porque rompe con las normas y dice lo que piensa sin pensar. No se reprime. Y porque eso, desde el punto de vista de aquellos que mantienen la cordura parece liberador, aunque a la larga no lo sea. Porque está por encima del juicio social. Porque rompe con la lógica y, en este mundo en donde tantas cosas no funcionan, muchos piensan que apostarle a algo que es distinto aunque suene mal, puede ser una oportunidad. Porque se atreve a lo que uno no, sea esto encaminado al bien o al mal. Porque estamos confundidos y porque tenemos miedo.

Sí, también nos da miedo. Tanto miedo que muchos dicen que Trump puede estar haciendo lo que hace precisamente para eso: para que pensemos que está loco. La idea no es nueva. Dicen que se le ocurrió a Richard Nixon (inspirado seguramente en Maquiavelo) y que esa fue la base de su política exterior, sobre todo durante la Guerra de Vietnam. Playing mad hacía al enemigo suponer que Nixon estaba lo loco, por lo que sería capaz de hacer lo impensable: lanzar una bomba atómica si su furia y su locura cruzaban la línea. Esto ponía a los enemigos en una posición tan delicada que los llevaba de inmediato a una mesa de negociación en donde Nixon podía aprovechar el miedo y obtener grandes ventajas.

Dicen que Trump juega a lo mismo. Miedo, el cual sumado a los aranceles que ha impuesto a todos los países del mundo (menos Rusia, Bielorrusia, Corea del Norte y Cuba) ha hecho que las mesas de negociación estén repletas de países dispuestos a negociar aún en contra de sí mismos.

Sin embargo, no es eso a lo que quería llegar. Entiendo a las y los mandatarios que no tienen opción más que sentarse a esa mesa, someterse y consentir. A quienes no logro comprender es a nosotros mismos: los que entregamos el poder a los locos. Los que justificamos a los locos. Los que callamos frente a los delirios de los locos.


  • Ana María Olabuenaga
  • Maestra en Comunicación con Mención Honorífica por la Universidad Iberoamericana y cuenta con estudios en Letras e Historia Política de México por el ITAM. Autora del libro “Linchamientos Digitales”. Actualmente cursa el Doctorado en la Universidad Iberoamericana con un seguimiento a su investigación de Maestría. / Escribe todos los lunes su columna Bala de terciopelo
Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.