Un peor país mejor repartido

Ciudad de México /

Tengo la sensación de que con todo y sus carencias y defectos, el mejor México que podía ver en la vida, ya lo vi. Hace años. La impresión de que no lo volveré a ver. De que a mi generación no le tocará volverlo a vivir. Esto ni siquiera es una crítica, es tan solo una idea mía, un vuelco aquí dentro. Es, -eso sí-, una evaluación objetiva de lo que vi y no volveré a ver. De lo que veo y no va a cambiar en un largo rato.

¿A qué viene esto justo ahora? Los niños están de vacaciones, sus padres más tranquilos, hay más horas de sueño, desayunos largos, menos prisa. No hay ninguna contienda electoral en puerta. Eso hace que haya menos ruido y muy poca ofensa. Una ventana por donde entra algo de aire. Quizás eso también esté ayudando a que la aceptación del Presidente esté más alta y, junto con ella, su estado de ánimo. Se ríe, hace bromas. Eso relaja. Este Gobierno está por terminar y el nuevo se prepara. Medio tiempo. Claudia cada día se ve más segura, sonríe. El nuevo gabinete está casi por completo conformado. Algunos mejores, otros terribles y algunos más son los mismos. Sin embargo, casi nadie se queja de nada. La votación fue tan contundente, que después de tantas semanas los ganadores siguen felices y los perdedores ya están casi por completo resignados. ¿A qué viene entonces esta sensación? Supongo que precisamente a eso, pero también a una sucursal del Banco del Bienestar que queda a la vuelta de mi casa.

Paso por ahí seguido. Es pequeña y austera. Los cajeros casi nunca funcionan, no porque sean chinos sino porque están vacíos. Por lo mismo, han dispuesto a una empleada parada en la entrada para que avise que no tienen dinero y una fila de sillas de plástico en la banqueta para que se sienten los viejitos a esperar hasta que llegue el dinero. Gente que no esperaba mucho más de la vida, aguarda todo el día para que le den un apoyo. Las horas que pasen ahí serán bien invertidas, esos tres mil pesos son de enorme valía en su vida.

El Banco no sirve de mucho, lo imagino como una fachada en donde atrás hay una tubería por donde llega el dinero que antes no existía y fluye y se dispersa a millones de personas. Apoyos, subsidios, dinero que no cambia la vida, pero sí el día a día. Y eso antes, no sucedía. Pasa igual con casi todo. Los servicios de salud son una desgracia, como por fin aceptó el Presidente: “nos equivocamos”. La Megafarmacia es un galpón abandonado, sin embargo el dinero que dispersa la tubería del banco alcanza para pagar el médico y la medicina en el privado.

Eso pasa en cualquier tema. Por ejemplo, el sistema aeroportuario prometido. Acabamos con menos de la mitad del AIFA construido y un AICM en ruinas. Pero no nos quejamos, porque pasa, porque aguanta, pero sobre todo, porque la tubería no para. La seguridad, la educación, la ciencia, hasta la propia justicia. Todo improvisado, más chafa, pero siendo justos, no había opción, de algún lado había que sacar el dinero. La alternativa entonces era hacer un peor país, pero mejor repartido. Y eso es. Eso somos.

No sé cuánto aguante. El país no crece, urge generar riqueza porque se acabaron los lugares de dónde sacar el dinero. Por lo pronto estamos contentos, acabó el futbol, pero ahí vienen las Olimpiadas.

  • Ana María Olabuenaga
  • Maestra en Comunicación con Mención Honorífica por la Universidad Iberoamericana y cuenta con estudios en Letras e Historia Política de México por el ITAM. Autora del libro “Linchamientos Digitales”. Actualmente cursa el Doctorado en la Universidad Iberoamericana con un seguimiento a su investigación de Maestría. / Escribe todos los lunes su columna Bala de terciopelo
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