La miniserie de Netflix Adolescencia (Adolescence) se ha convertido en un fenómeno ya que no sólo está moviendo el corazón de millones de espectadores, educadores, críticos e interesados en la pedagogía sino que ha penetrado sectores académicos y encargados de la política educativa a nivel mundial. El éxito se explica, sin duda, a que la serie toca un nervio vulnerable de padres de familia, docentes, psicólogos, estudiosos de la pedagogía y autoridades de educación que buscan el motivo del crecimiento de la violencia en escuelas, patios de recreo y todo tipo de espacios donde conviven niños y adolescentes. La serie narra un caso británico estremecedor pero no se limita a describirlo sino esboza el retrato del contexto, entorno familiar y educativo en el que hoy se “educa” una generación de jovencitos rodeados por una sociedad dominada por los teléfonos móviles, redes sociales y la omnipresencia de cámaras y pantallas.
La miniserie de cuatro capítulos creada por Jack Thome y Stephen Graham y dirigida por Philip Barantini, parte de la historia de un chico de 13 años acusado de haber asesinado a una compañera de secundaria. El primer episodio muestra la excesiva violencia con la que la policía de fuerzas especiales irrumpe en el hogar de Jamie para aprehenderlo y llevarlo a la estación de policía donde se le asigna un abogado, se nombra a su padre como tutor y se realiza el primer interrogatorio. El segundo episodio se centra en el colegio de Jamie donde el policía investigador del caso y una colega encuentran un ambiente estudiantil y docente desesperadamente histérico y envenenado por la adicción de los jóvenes a las redes sociales, las teorías y engaños de influencers y la obsesión de postear mensajes y fotos agresivos. En el tercer episodio observamos a Jamie en una sesión con una psicóloga encargada de evaluarlo. Las reacciones del chico revelan su profunda falta de autoestima, el despertar del deseo sexual, el dominio del padre y el bullying por parte de los compañeros. El cuarto episodio narra el cumpleaños del padre un par de semanas antes del juicio. Los sucesos construyen un retrato familiar en el que todo gira alrededor de la figura del padre, quien, con su carácter dominante y desplantes violentos, tiene a mujer e hija ocupadas en calmarlo y contentarlo. De manera inteligente la serie no propone un desenlace y tampoco enjuicia y distribuye culpas entre los personajes involucrados.
Un elemento que explica gran parte del éxito de la serie se debe a la decisión de narrar los cuatro capítulos desde la perspectiva de los adultos que pretenden entender las conductas de los jóvenes y la violencia que puede llevar a un asesinato. El poder dramático de la serie resulta de decisiones narrativas, estéticas, la puesta en escena y la convincente actuación. El hecho de que cada episodio esté realizado como plano – secuencia sin cortes le imprime un realismo extremo que sugiere que lo que vemos en la pantalla sucede en tiempo real. Obvio que eso no es cierto ya que el cine dispone de estrategias narrativas y estéticas para sugerir realidad y autenticidad. Lo que sí aparece detrás del excelente guion, el trabajo de cámara y actuación es la profunda preocupación por la educación en tiempos de redes sociales que se han vuelto difusoras del pensamiento de extrema derecha, agresivo y anticientífico, que abona a masculinidades y feminidades tóxicas.