La eterna esperanza

Estado de México /

“El coronel no tiene quien le escriba” fue escrita por Gabriel García Márquez durante su estancia en París, adonde había llegado, a mediados de los cincuenta, como corresponsal de prensa. El cierre del periódico para el que trabajaba le sumió en la pobreza mientras redactaba en tres versiones distintas esta excepcional novela, que luego fue rechazada por varios editores antes de su publicación.

Esta obra nace del demorado compás de una espera que lleva prolongándose durante los quince años en que el coronel aguarda, con “esa paciencia de buey que tú tienes”, como le recrimina su mujer, a que llegue al fin la carta en la que el gobierno le reconozca su derecho a una pensión como veterano de guerra. Pero la patria permanece muda.

Ante el olvido, el personaje responde con una imperturbabilidad estoica. El adversario carece de rostro y se oculta en una inaccesible lejanía. El coronel no se queja, no se indigna. “Nosotros ponemos el hambre para que coman los otros. Es la misma historia desde hace cuarenta años” le recrimina su esposa. La relación entre ambos, entre el coronel y su esposa, con el trasfondo del hijo muerto violentamente, y cuya presencia fantasmal gravita sobre sus vidas, es sin duda el pilar que sostiene la historia.

Es una historia acerca del tiempo y sus desastres, y de la fidelidad a una manera de situarse frente al mundo, y de la obstinación en no claudicar. Bajo su apariencia de anciano camino de la decrepitud, el coronel alberga un espíritu tallado en granito. Y es lo que hace del coronel un personaje entrañable. El gallo de pelea al que se aferra para enderezar el destino al que parece abocado es un trasunto del propio coronel, del gallo luchador que fue él mismo y que, en cierto modo, aunque privado del vigor físico de antaño, no ha dejado de ser en sus setenta y cinco años de vida. El coronel no tiene quien le escriba nos permite comprender cómo la vejez del coronel se convierte en una metáfora que se transforma en una manifiesta decadencia y desolación que enfrenta la sociedad mexicana en una violencia que impacta en la realidad colectiva de nuestro país.

Antes del final, el coronel salió a la calle estimulado por el presentimiento de que esa tarde llegaría la carta. La eterna esperanza de que lo esperado llegaría. Como aún no era la hora de las lanchas esperó a don Sabas en su oficina. Pero le confirmaron que no llegaría sino el lunes. No se desesperó a pesar de que no había previsto ese contratiempo. “Tarde o temprano tiene que venir”, se dijo, con una tozudez similar a la esperanza que guarda el invencible pueblo mexicano pero que en el fondo sabe que enfrenta un gobierno que fue creado únicamente sólo para defraudarle.

“Y mientras tanto qué comemos”, preguntó la esposa del coronel, y lo agarró por el cuello de franela. Lo sacudió con energía.

–Dime, ¡qué comemos!

El coronel necesitó setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto, para llegar a ese instante. Se sintió puro, invencible, en el momento de responder:

–Mierda.


  • Arturo Argente
  • Tec de Monterrey, Campus Toluca.
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