En junio celebramos el mes del orgullo LGBTI+, que conmemora los disturbios de Stonewall ocurridos en Nueva York en 1969, y que marcaron el inicio de la lucha moderna por los derechos de la diversidad sexual. Celebramos las experiencias, reclamos y conquistas de la comunidad, y su lucha por alcanzar una sociedad en la que todas las personas sean tratadas con respeto y dignidad.
La historia del orgullo LGBTI+ comienza en Stonewall, pero es un relato universal.
Es la historia de todas las personas lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, asexuales, intersexuales y queer que han luchado por décadas para alcanzar una sociedad igualitaria. De las activistas que se han organizado, que han marchado y litigado para impulsar sus causas. De las familias que han apoyado a sus seres queridos a pesar de las dificultades. De las personas de la comunidad que han mantenido los brazos abiertos para cuidar y respaldar a las otras. De quienes han generado lazos, espacios y comunidades seguras. De quienes han impulsado los cambios en los tribunales, la academia, el gobierno y el sector privado. De cada persona que ha sido valiente y ha levantado la voz, a pesar de los riesgos y las represalias.
Es, también, la historia de quienes aún padecen el rechazo, el aislamiento, la persecución, la violencia e incluso la muerte por ser ellas mismas. De las niñas y niños que atraviesan la adolescencia con miedo, enfrentando el acoso escolar, el rechazo de sus familias y el aislamiento de su comunidad. De las personas homosexuales, lesbianas y bisexuales que deben ocultar su orientación ante su familia, trabajo o amigos por temor al repudio. De las personas trans que son agredidas, golpeadas, mutiladas y asesinadas, como si su género fuera un agravio hacia los demás. De las personas asexuales que todavía son tratadas como inexistentes. De todas las identidades que deben reprimirse y ocultarse para sobrevivir. De quienes han perdido la vida en las manos del odio y la marginación.
Ante todo, la historia del orgullo LGBTI+ es una historia de resistencia. Un testimonio de coraje, esperanza y resiliencia. El relato de una búsqueda incansable de justicia. Y es la historia de quienes hoy —gracias a esa lucha— pueden amar en libertad y celebrar plenamente lo que son.
La orientación sexual y la identidad de género no son un capricho. Son características constitutivas de la persona que resultan fundamentales para llevar una vida digna, plena y auténtica. Todas y todos somos responsables de construir un mundo más justo, compasivo y humano, en el que la diversidad sea celebrada y no castigada.
Como ministro de la Suprema Corte, he defendido desde hace más de diez años los derechos de la diversidad sexual. En mis votos y sentencias he impulsado el derecho a la identidad de género, la protección de todas las formas de familia, incluyendo el matrimonio igualitario, la prohibición de los discursos de odio contra las personas LGBTI+, y recientemente, el derecho de las infancias y adolescencias trans a determinar de manera autónoma su identidad de género.
Con todo, falta un largo camino por recorrer. A la fecha, al menos 64 países criminalizan las relaciones sexuales entre parejas del mismo sexo, 41 tienen leyes penales específicamente dirigidas a criminalizar a las mujeres lesbianas, en 12 es posible sancionar las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo con pena de muerte, y 14 criminalizan la identidad y/o la expresión de género de las personas trans.
Esta realidad es inaceptable. Nadie debe tener que esconderse para vivir una vida plena. Nadie debe ser castigado por amar a quien decida. Nadie debe ser obligado a defender o validar su existencia. Nadie debe ser agredido por ser él o ella misma. Todas las personas, sin importar cómo se expresen, cómo se identifiquen y cómo vivan, tienen el derecho de experimentar el amor plenamente, sin vergüenza, sin miedo, sin amenazas.
Celebrar la diversidad sexual es celebrar la igualdad. Es celebrar un mundo en el que la complejidad del ser humano sea cabalmente valorada; en el que existir y llevar una vida plena no sea privilegio de unos cuantos. Una sociedad igualitaria y plural, en la que todas, todos y todes puedan encontrar la felicidad.