Migración: dignidad sin fronteras

Ciudad de México /

La migración es un drama que pone a prueba la capacidad de nuestras sociedades para respetar los principios básicos de la humanidad. Sus razones se remontan siempre a historias de dolor y sufrimiento, de persecución y represión. Las circunstancias que llevan a las personas a migrar son tan desesperadas —hambre, guerra, violencia, pobreza extrema—, que cuando deciden hacerlo, es a sabiendas de que el camino hacia la vida mejor que anhelan, también estará lleno de peligros y abusos.

Y es que en general los migrantes indocumentados en cualquier parte del mundo están especialmente expuestos a actos de discriminación, racismo y xenofobia; es común que sean víctimas de arrestos arbitrarios, ausencia de debido proceso, explotación laboral y falta de acceso a la justicia, y en tal sentido, se encuentran en una posición de vulnerabilidad estructural, en la que la posibilidad de que sus derechos humanos sean violados, se vuelve casi inminente.

Esta situación de fragilidad para las personas que migran sin documentos se ve exacerbada en nuestro país, en donde el fenómeno migratorio es extendido y se presenta en todas sus facetas —país de origen, país de destino, país de tránsito y de retorno de migrantes—, y en donde la penetración de la delincuencia organizada ha incrementado sustancialmente los riesgos a los que se enfrentan.

Cada año, casi medio millón de migrantes provenientes de Centroamérica, de los cuales un número importante son niños, ingresan a nuestro país por la frontera sur. En su camino por nuestro territorio están expuestos a robos, extorsiones, abusos sexuales, secuestros masivos, reclutamiento por el crimen organizado, explotación por las redes de trata, abuso por parte de autoridades corruptas, etcétera, todo lo cual se recrudece cuando se trata de niños que viajan separados de sus familias o sin acompañamiento. Las condiciones que padecen a su paso por nuestro país superan a veces los peores escenarios imaginables.

Esta situación nos obliga a replantear el enfoque de toda nuestra política pública en torno a los migrantes, a fin de colocar su dignidad en el centro de nuestras prioridades. El respeto a la dignidad humana es la base de la civilización, el fin último de la democracia y sin ello no hay sociedad que pueda ser justa. La migración no puede sino enfrentarse desde la perspectiva de la protección de derechos, porque el drama humano, el dolor y la desolación no tienen nacionalidad ni conocen fronteras. Permitir violaciones como las que se cometen contra los migrantes centroamericanos en nuestro país nos hace daño a todos como sociedad.

Por ello, deben reforzarse las políticas públicas en defensa de los migrantes indocumentados, con especial atención a las mujeres, niños, indígenas, personas con discapacidad o que por cualquier razón estén en una situación de mayor vulnerabilidad; deben cumplirse las medidas positivas que garanticen su acceso efectivo a la justicia y que eviten cualquier trato discriminatorio; debe evitarse en la medida de lo posible someterlos a detenciones o privación de la libertad; debe procurarse mantener a las familias unidas, y aplicar la legislación migratoria con un enfoque humano.

Todo esto le permitirá a México recuperar la autoridad moral que alguna vez tuvo en el plano internacional, cuando recibió a los refugiados de las dictaduras española, chilena y argentina, con una actitud de gran generosidad y solidaridad. Hoy en día, más allá de nuestros propios problemas, sin importar el momento convulso por el que atravesamos en muchos aspectos, tenemos la obligación de poner nuevamente el ejemplo del trato digno que debe darse a todo ser humano, por el solo hecho de serlo. No solo para recuperar esa posición de liderazgo en el concierto internacional, sino porque enfrentar el fenómeno migratorio desde una perspectiva de derechos nos dará una mayor legitimidad en la necesaria e ineludible defensa de los migrantes mexicanos en Estados Unidos de América. Si queremos defender la dignidad de nuestros connacionales más allá de nuestras fronteras, debemos tratar a todas las personas como tales al interior de ellas.

  • Arturo Zaldívar
  • Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación / Escribe cada 15 días (martes) su columna "Los derechos hoy" en Milenio Diario
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