La ficción de la novela no es irrealidad, no es fantasía, es el planteamiento de una posibilidad. Al leer una novela en nuestra mente la “vemos”, podemos seguir cada palabra, cada situación, darle forma, color, le damos rostro a los personajes, los hacemos nuestros, amamos y odiamos. Esa relación con la ficción nos inspira. Nos reta, porque si algo está planteado existe la posibilidad de que sea real, materializarse. La fuerza de un personaje, la inmersión en una atmósfera, la seducción de las ideas, eso lo podemos trasladar y sembrar en nuestra realidad, es cuando nuestra existencia cambia después de leer un libro.
En eso consiste el pensamiento abstracto, es nuestro vehículo de inspiración, ese prodigio arranca momentos, frases, secuencias de lo que leemos, contemplamos y escuchamos, y las lleva a la mente, las incorpora a la imaginación, y las hacemos nuestras, se suman al bagaje de la personalidad, memoria e inteligencia. Leer una novela o un poema puede desatar un cambio espiritual o social, porque el pensamiento abstracto es capaz de crear. La creación es detonadora de la creatividad. Contemplar arte motiva a hacer arte, escuchar música inspira a escribir.
Los músicos leen las partituras y al mismo tiempo las escuchan, esos puntos y líneas, se trasladan en sonidos, y cuando interpretan la partitura ya la escucharon antes en su mente, solo faltaba hacerla posible. Schubert únicamente pudo escuchar con músicos en vivo, algunas de sus creaciones, el resto resonaban en su mente y desde ahí las corregía y perfeccionaba. Al interpretar la partitura ésta cambia, cobra vida y los sonidos son reales, es la materialización de la música y transcurre como aire en el presente.
La vida cotidiana tiene la intensidad de una novela, la pasión de una partitura, la belleza y tragedia de un poema. Al entrar en las páginas de un libro, las voces que lo habitan llegan tan lejos como deberíamos hacerlo en nuestro presente. Los héroes de la ficción fueron arrancados de esta vida y regresan a ella cuando alguien se atreve a exaltar su propio valor y despojarse de la mediocridad de aceptar la pasividad como una fatalidad.
Oscar Wilde sentenció “La vida imita al arte”, la liberación es transformar la realidad desde la anagnórisis, del conocimiento de la naturaleza humana, mirarnos en el escudo de Perseo y amar ese reflejo evadiendo el castigo de la parálisis. La voz interior se forma de múltiples voces, escucharlas, desechar y olvidar, dejar únicamente esa, que dice desde lo profundo y gutural, que tenemos el deber de crear el personaje que habitará la propia existencia. No ser el nombre heredado, los genes sembrados, ser la propia creación, y aniquilar el pasado que no hemos vivido para dar espacio al presente que debemos vivir.