Bestia inmoral

Estado de México /

Desde la esquina del mercado se alcanza a percibir un suculento aroma. Las calles atiborradas de gente no permiten arribar pronto al destino, un festín cárnico espera a Pamela y Jesús. En repetidas ocasiones les sugirieron que visitaran aquel pueblo mágico, pero por falta de tiempo o un poco de pereza, la visita era pospuesta una y otra vez. Pero, en esta ocasión, los astros se juntaron y el poder degustar las famosas carnitas se convirtió en una realidad. Entre un mar de salsas, tortillas, limones y platos coloridos, aquel par de glotones coincide y disiente acerca de su fama y se pregunta, ¿habrá alguien que no le guste la carne de cerdo? Como respuesta a la pregunta tenemos un caso icónico.

Para el universo hebreo, el cuerpo humano es una creación de Dios y, por lo tanto, necesaria de cuidar. De tal forma que, todo aquello que tenga relación con su alimentación debe ser escrupulosamente moderado. Para los pueblos antiguos que habitaron en torno al mar Mediterráneo hace más de dos mil años, la explicación del Universo se entendía por la voluntad de uno o varios seres divinos. De ahí que se configurara una serie de dibujos, figuras, glifos y escritos acerca del origen del mundo y de la humanidad. Entre ellos encontramos algo llamado El Antiguo Testamento, casualmente un pilar importante para, al menos, tres religiones actuales: el catolicismo, el judaísmo y el musulmán. En dicha obra se estipuló el cómo se debía conducir la humanidad en el medio.

Es así como a través del Levítico 11, se plantea lo que, para los hoy judíos, es la base de la alimentación, y donde el cerdo es un animal que está fuera de la dieta. En repetidas ocasiones, en este espacio, hemos hablado acerca de este libro antiguo, y su impacto en la dieta actual. Sin embargo, en esta ocasión nos encontramos con un dato importante. Al buscar la lógica en la repulsión hacia el cerdo, Marvin Harris, en su libro Bueno para comer, explica que el motivo pudo ser de corte médico o higiénico, ya que las carnes poco cocidas o crudas eran espacios fructíferos para larvas de la lombriz intestinal Trichinella spiralis, la cual ocasionada diarrea severa, deshidratación y la muerte. Sin embargo, según nos comenta Rachel Laudan, en Gastronomía e Imperio, esto se contrapone con la versión dada por Mary Douglas y Jean Soler, quienes justifican dicha animadversión al cerdo como un motivo de identidad alimentaria.

Al tomar en cuenta que las sociedades judías fueron por largo tiempo nómadas, actividades como el pastoreo se convirtieron en elementos identitarios, caso contrario con el cerdo, quien no es un animal de pastoreo, sino de corral. Esto sin mencionar elementos como no contar con pezuña hendida, rumiar y tener una dieta herbívora o, al menos, no ser omnívoro. La palabra de Dios cayó sobre este animal de manera virulenta por parte de los judíos, quienes, hasta el día de hoy, mantienen su animadversión. 


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