La izquierda pasmada

  • Columna de Bruce Swansey
  • Bruce Swansey

Ciudad de México /

El panorama electoral en Europa muestra una volatilidad extrema y una tendencia al voto negativo, es decir a un voto dado contra lo que se considera el “sistema”, un voto que busca castigar en las urnas a los partidos tradicionales. Las razones de esta tendencia electoral son variadas, pero tienen un origen común: el endurecimiento de las condiciones de vida para la mayoría.

La revolución digital ha creado pocos mega ricos y muchos mega pobres. Se diría que ha agudizado las contradicciones económicas agravando un problema que surgió a finales de siglo y que consiste en quienes han quedado rezagados. Comunidades enteras han sido dejadas detrás sin esperanzas de mejorar una calidad de vida cada vez más deteriorada. En el Reino Unido (RU) este fenómeno ocurrió con el neoliberalismo thatcherista que transformó al país en una economía de servicios. Con ello la señora Thatcher dio un golpe de muerte a los sindicatos y condenó a quienes laboraban en la industria pesada al desempleo consignándolos al olvido.

La democracia es sobre todo una cuestión de pan. Sin comida, alojamiento y educación las masas se convierten en campos minados por la necesidad y por la necesidad de encontrar alternativas. El voto entonces se convierte en un instrumento legítimo de protesta dando voz a los olvidados. Independientemente de lo que se persigue, el voto es un instrumento de presión popular que en las últimas dos décadas la extrema derecha ha sabido capitalizar.

No sería exagerado asociar el resurgimiento del neofascismo con la revolución digital que desde el covid había dominado la vida cotidiana. Si antes el ciudadano se informaba mediante la prensa y los noticieros en la radio y en la televisión, las redes sociales los han remplazado y con ello han relativizado la legitimidad de las fuentes de información y el valor de la verdad. La fragmentación política en parte es resultado de la divergencia de las fuentes y que sobre todo es rumor. Cada quien tiene su versión de los hechos que no importa discernir incluso si son reales o imaginarios. Este es contexto en el que florecen los “influencers”, una forma global de intoxicación favorable al caos que se manifiesta en estallidos de violencia urbana y en procesos electorales amañados a distancia por la revolución digital.

Al contrario de la derecha, en el RU la izquierda ha permanecido paralizada ante la avalancha de desinformación. Mientras, según las encuestas, Reform UK adelanta en las preferencias electorales a los conservadores que actualmente sobreviven como reliquia de otros tiempos y al laborismo, que hace esfuerzos desesperados por recuperar la popularidad que lo llevó al poder hace más de un año.

Ante la seducción del extremismo populista, la izquierda se debate sobre cómo frenar el crecimiento de la hidra que agrupa y da voz y causas de acción a fuerzas de otra forma fragmentadas. La juventud es especialmente vulnerable al canto de las sirenas populistas y especialmente los hombres, para quienes las redes proveen espacios consagrados a la reproducción de modelos tóxicos de masculinidad. Desde la acción en las calles hasta la conducta doméstica, la revolución digital provee marcos y protocolos de conducta al servicio del autoritarismo. La izquierda, en cambio, permanece fuera del juego.

Hay iniciativas para enfrentar la avalancha autoritaria y una de ellas es la formación de un nuevo partido socialista liderado por disidentes y expulsados del laborismo, partido que ya no representa sus intereses. El principal es Jeremy Corbyn, quien sucediera en 2015 a Ed Miliband como líder. Durante los cinco años de su liderazgo el laborismo incrementó sus filas y presencia política pero también la acusación de antisemitismo dentro del partido, un problema que Corbyn ignoró contra sus mejores intereses. Esto y una posición euroescéptica contribuyó a que antes de su renuncia como líder en 2020, el partido perdiera elecciones en 2019 en la peor derrota desde 1935. Corbyn fue suspendido del partido a causa de sus declaraciones que minimizaban el antisemitismo. Inhabilitado como miembro del laborismo, Corbyn continuó como diputado independiente.

Zarah Sultana es cofundadora del nuevo partido socialista cuyo objetivo inmediato es impedir que Nigel Farage, líder del partido de extrema derecha Reform UK, llegue al número 10 de Downing Street. Sultana fue miembro del laborismo desde 2019 a 2024, cuando fue suspendida por estar contra limitar la ayuda económica para familias a sólo dos vástagos, una medida que en el reciente presupuesto fue modificada para sacar a cerca de medio millón de niños de la pobreza. En 2025 Sultana renunció a su membresía en el Partido Laborista y como Corbyn se declaró independiente.

Desde julio de este año Corbyn y Sultana unieron fuerzas para crear el nuevo partido con una propuesta socialista estructurada sobre la nacionalización de servicios públicos, la regulación de la banca, el acotamiento de las fuerzas militares, el rechazo de las medidas de austeridad y el apoyo a la creación del Estado palestino. Estas y otras aspiraciones para regular la industria digital, contrarrestar el cambio climático, resistir la invasión rusa de Ucrania y el genocidio en Gaza, forman parte de una serie de aspiraciones de justicia social.

La creación de un partido de izquierda es necesaria para balancear las alternativas electorales, pero Your Party (así se llama provisionalmente el partido) ha confirmado que la izquierda no necesita enemigos.

Este partido se autodestruirá apenas sea proclamado define la iniciativa. Así fue leída la ausencia de Zarah Sultana de la conferencia inaugural de Your Party. El periódico The Guardian lo leyó como un boicot.

La incapacidad para mantenerse unidos es más poderosa que la revolución. Es lo que sucede en Your Party, donde los cofundadores discrepan. Corbyn desea que el nuevo partido tenga sólo un líder mientras Sultana puja por compartir el liderazgo para, afirma, asegurar su vocación democrática. Un partido, señala, es más que su líder.

El desacuerdo que ya escinde las facciones antes de que el partido realmente inicie su trabajo corre el riesgo de reducir las aspiraciones de sus fundadores y de sus respectivas tribus a mantras dignas del museo de cera de las causas perdidas. Desde su origen Corbyn ha manifestado su incomodidad ante las iniciativas de Sultana que no lo ha consultado para dar a conocer el liderazgo compartido ni para instalar un portal de suscripciones y donaciones que terminaron un tiempo en el limbo dando la impresión de incompetencia. El congreso inaugural reflejó la desorganización prevaleciente, aunque pudo decidirse por un liderazgo colectivo como deseaba Sultana, que evitará las luchas internas de poder pero que plantea una estructuración desconocida para el electorado británico.

Hay quienes cifran sus esperanzas en una alianza con los verdes, pero el éxito de Zack Polanski, su líder, hace poco probable una asociación que le ofrece poco, ya que su partido cuenta con más miembros que los conservadores y su agenda es similar pero más radical.

El desacuerdo doméstico de Corbyn y Sultana sería chusco si no sucediera en un momento de alto riesgo en el que se juegan las elecciones del 29 y el peligro real de que el RU se una a la lista de países europeos bajo la égida del autoritarismo.


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