A mis cuarenta y diez

Edomex /

Era 1999, el año trajo consigo algunos discos interesantes en lengua cervantina, como “Pequeño”, de Enrique Bunbury, “Honestidad brutal”, de Andrés Calamaro y, desde luego, “19 días y 500 noches”, de Joaquín Sabina, el que para muchos representa el momento cumbre en la carrera del andaluz.

No deja de ser significativo que el elepé incluya el corte epónimo, uno de los momentos más celebrados en sus presentaciones en directo, pero también que aparezcan otras letras definitorias del momento por el que atravesaba su autor.

Desde el tema inicial “Ahora que…”, fungiendo como inventario con el que el ibérico se libra de ataduras y se declara listo para que pase lo que tenga que pasar, hasta “Dieguitos y Mafaldas”, que en forma de rumba flamenca funge como crónica del amorío malogrado con aquella cholula argentina que, según el de Úbeda, le había tatuado en el corazón y con tinta china “Peor para el sol”.

Aparecen también la detectivesca “El caso de la rubia platino”, “Barbi Superestar”, infaltable en sus conciertos y el trabajo al alimón con Pablo Milanés, “Una canción para la Magdalena”. Eso sin obviar “Donde habita el olvido”, la única composición del álbum en la que aparece el tándem Pancho Varona y Antonio García de Diego como autores, y “Noches de boda”, que cuenta con la voz entrañable de Chavela Vargas.

Pero si hay una rola que encierra el sentido de la undécima grabación de Joaquín es la que titula la columna de hoy. Y cuyo nombre, además de coincidir con la edad por la que atravesaba el cantante, condensaba el último de los materiales desenfrenados para dar paso a aquellos posteriores al ictus que le alejó de los escenarios y dejó prácticamente sin ganas de.

El escritor español Juan Puchades recupera el sentido de cada uno de los tracks del fonograma y funge como guía en la hoja de ruta de aquel Sabina de fin de siglo. Y es una invitación para iniciados y no a desmenuzar ese momento sustancial en la carrera de uno de los pilares, junto con Serrat, del cancionero español contemporáneo.

Llevo rato leyendo el texto que lleva el nombre del disco y recetándome por enésima ocasión su música, en la confluencia de ese 1999, que toma forma de 2024 para quien esto escribe. En estos días en los que viene a cuento el verso inicial de la balada: “A mis cuarenta y diez, cuarenta y nueve dicen que aparento”.

Y es que el medio siglo de vida se asoma como a Joaquín en aquel momento y hay necesidad de parar en seco las vísperas del mismo modo: “Pero sin prisas que a las misas de réquiem nunca fui aficionado, que el traje de madera que estrenaré no está siquiera plantado, que el cura que ha de darme la extremaunción no es todavía monaguillo, que para ser comercial a esta canción le falta un buen estribillo”.


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