Despechados

Estado de México /

Si se tiene la oportunidad de asistir a determinado evento de turbia naturaleza, hay que desaprovecharla. Sabia es la máxima de estos tiempos que sugiere algo así. Bajo la premisa de que el que avisa no es traidor, no cabe pretexto para declararse sorprendido.

Dos eventos ocuparon mi atenciónque suele estar en calidad de dispersada. Hace días dos colegas de la radio comentaron sobre el antro local de moda que pulula en redes sociales. Un sitio donde el continuum es la música ochentera, particularmente dolorida, de esa que a punta de lloriqueos puso a una generación entera a cantar.

Me dicen mis fuentes que se pone de ambiente y que habría “quir”. En mi carácter de presidente del club de aguados, noños, antisociales, conexos y ramales, me negué rotundamente. No hubo necesidad de convocar a la imaginación, el video de “Insta” que me enseñaron fue suficiente. Y con ello aproveché la ocasión para no asistir. La primera de ellas, porque, como dicen que ocurre con los alacranes, hay chances que llegan en pares.

Días después pasaba por el rumbo del antrete en cuestión y miré en su entrada a un grupo de doñitas poco entradas en años, en plan de esperar a que algún cadenero les diera entrada (es decir, acceso). Mi suspicacia de alcances profesionales me llevó a posar en el letrero del sitio para salir de la duda. En efecto, se trataba del tugurio aquel. ¡Sopas, perico!, me dije, con la elocuencia habitual.

Más tarde, un mensaje nocturno, de esos que llegan inesperadamente, me invitaba a tomar por asalto la noche y caer con mis huesos en el lugar. Luego de poner cara de circunstancia comprendí que tanta coincidencia no podía ser sino una treta del destino. Por segunda ocasión no quise desaprovechar el desaire y tuve que decir no a mi interlocutora, que ya andaba instalada en plan fiestero.

Curiosa la manera que tienen los emprendedores en la materia para convocar a la parroquia a irse de reventón. Curiosa y efectiva. Porque si algo funciona es, además de la nostalgia, el dolor acumulado por tantos corazones resquebrajados. Y no es para menos. Quienes acusan memoria emocional saben los riesgos de las canciones que conforman el marketing sensiblero.

El problema de haber aprovechado ambas circunstancias para decir no es terminar clavado en el tema, sin el influjo etílico que amortigua el golpe con la realidad y la solidariailusión de que los demás han sufrido igual. El escritor Nick Hornby tiene razón cuando pregunta en la novela Alta fidelidad: “¿Qué fue primero: la música o la tristeza? ¿Me dio por escuchar música porque estaba triste? ¿O es que estaba triste porque escuchaba música? ¿No te convierten todos esos discos en una persona de tendencia melancólica?”. 

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