Lados de un tema

Edomex /

De pocas cosas en la vida tengo semejante certeza. Primero, tarde que temprano a todos nos cargará el payaso. Segundo, las cosas tenderán a complicarse, no importa cuándo se lea esto. Y más o menos por esa línea de dramatismo y contundencia, tengo claro que el consumo de la música ya no es lo que era.

Con el imperio de la hipercorrección política, donde incluso poner cara de asquito a alguna propuesta melómana se podría interpretar como un acto de lesa humanidad, cualquier sonido que se produzca tiene la posibilidad de llamarse música.

En esta lógica, canciones que antes habrían sido consideradas prohibitivas, ahora han normalizado su presencia y hasta consumo. Y con ello se legitiman las propuestas y democratizan los esfuerzos, mandando al averno casi cualquier atisbo de estándar de calidad.

Y no se me malentienda, cada que viene a cuento el tema del relativismo cultural aplicable a la música, acudo a César Muñoz, un estupendo hacedor de historias en YouTube, quien sostiene que la mejor música del mundo es la que a uno le gusta y, ya entrados en gastos, la que funciona dependiendo el contexto.

La cosa es que el prurito estético, la presión social y alguna zarandaja más se conjugan para hacer de las suyas y aplicar discriminación sonora. También lo menciono por la repentina necesidad de ser incluyente y de que todos tengan su dosis de minutos de fama, a pesar de que, en el fondo, poco o casi nada tengan que decir al mundo.

Un amigo sabio en asuntos de la vida loca me dijo en alguna ocasión que la universidad nos había educado para ser mamones. Ante semejante argumento no quedó más que reconocer que tenía la boca repleta de razón. Para colmo, provengo de un medio radial en el que el escozor por todo aquello que resulte banal e intrascendente es poco menos que repudiable.

Y comprendo la necesidad de ser exigente en aquello que se escucha, pero también sé que hay ocasiones en que la petulancia intelectual lleva a prescindir de ciertos momentos que por acervo general, humor involuntario o curiosidad profesional valdría la pena tomar en cuenta.

En ese entorno, hace tiempo un colega tenía reproduciendo en su computadora a las Spice Girls, cuya música no trascendía más allá de los audífonos, cuando alguien los pidió prestados e inevitablemente fueron desconectados de su laptop. Las inglesitas comenzaron a escucharse a volumen considerable y el enrojecimiento del proyecto de musicalizador pop fue tan evidente como inevitables las risas.

Los lados b pueden ser esos pecadillos sonoros que difícilmente se reconocen, pero que consiguen dar luz a quien los disfruta y poner en plan lactante a los exquisitos. Esos a los que habría de aplicarse la máxima: dime lo que no escuchas y te diré qué pretendes aparentar.


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