Nomofóbicos

Estado de México /

Estamos tan acostumbrados a tener a la mano un teléfono móvil que hemos adormecido la capacidad de sorpresa de no poder ir a ningún sitio sin él. Quién iba pensar que la independencia que ofrecía la desconexión se transformaría en la necesidad de estar siempre localizable, en línea y pendiente de cualquier tipo de notificación.

Pienso en esto mientras veo la película “No puedo vivir sin ti”, sobre un adicto al celular al que sus relaciones familiares se van a pique. Lo curioso del caso es que mientras el protagonista va perdiendo la cabeza con su adicción, uno no puede evitar mirarse en ese espejo e identificar a cuanta gente se conoce y que está en una situación similar.

Los especialistas en la materia señalan que el uso compulsivo del dispositivo se debe a la permanente búsqueda de recompensas, cuya promesa aparece cada que se desbloquea, llegan notificaciones o se accede a alguna aplicación.

Uno de los lugares comunes en torno al abuso de este gadget, con tintes de neoludismo, señala la inercia de mantener próxima a la gente que está lejos y distante a la que está cerca. Y no por ser un lugar común deja de resultar cierto o menos implacable.

Algunos sabihondos de la mente arguyen que como se es por adentro ha de ser por afuera y que da igual si se trata del mentado artefacto o de cualquier otro recurso, la proclividad a la enajenación se halla en personalidades con tendencias adictivas. Y el campo de la telefonía es un caldo de cultivo perfecto.

Ocurre que el dichoso aparatejo del infierno está diseñado para abonar a la dependencia generada en los usuarios y mientras algunos se escapan de ella por su propia voluntad o incluso por desinterés, las conciencias menos afortunadas acaban sucumbiendo al limitado control que tienen de él.

Las escenas de los entusiastas del yo cuantificado, como los llama Cal Newport en el libro “Minimalismo digital”, se multiplican por doquier, tanto que a nadie sorprende el paisaje urbano de la gente con la cabeza gacha, en plan cuello de texto, con la vista fija en la pantalla y en franca indiferencia con el entorno.

Cada que veo (y me veo en) esa situación recuerdo que la vida es eso que transcurre mientras miramos el teléfono. Ojalá que en nuestro papel de individuos globalizados no haya transcurrido demasiado para entender lo tarde que podría ser ya.

Es curioso que dé vida a estas líneas desde el chunche en cuestión, dictando en el blog de notas las palabras que conformarán el ejercicio reflexivo. Pude haberlas escrito en la computadora o incluso arrastrar el lápiz mientras garabateo sus posibilidades, pero es una suerte de justicia (ignoro si poética o no) hacerlo de este modo y obligar a que la tecnología funja como la enfermedad, el remedio y hasta el trapito.


Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.