Decía un diálogo de Sufre mamón, la primera película de los Hombres G: "La vida del hombre es larga y dura, pero más larga y dura es la del elefante". Eso explicaría la necesidad irrefrenable que tienen muchos seres que pueblan este planeta de meterse cuanta cosa hay a la mano, con tal de sobrellevar el peso de la realidad. Las recientes declaraciones de Miley Cyrus, en las que señala que estaba hasta el cogote de mota mientras grababa el video de la canción Wrecking ball, no dejan lugar a dudas. Aunque con un mínimo de sentido común, cualquiera podría preguntarse si de veras había alguna duda de que estaba pachecota. Digo, para hacer lo que hace y ni siquiera inmutarse por ello es que hay algo verde y turbio detrás.
Tal vez la atascada costumbre a los paraísos artificiales pueda explicar las conductas erróneas de quienes se exponen al escrutinio público, pues ya se sabe que los vicios privados no siempre corresponden a virtudes públicas. Un viejo maestro de la universidad solía decir que no eran vicios, sino adicciones, por aquello de la virtud como oposición al vicio. Será el sereno, pero hay casos en los que además de pender la sospecha de adictos, podrían ser por igual viciosos. O al menos eso aparentan por lo errático de sus conductas. Eso o que de plano sean demasiado incompetentes para las cosas que hacen.
Como "Orange" Donald Trump y su indeclinable voluntad por hacerse de enemigos de a gratis. Ignoro cuál sea el vicio o la adicción del ente que preside la Unión Americana, pero algo hay de cierto, mucha agua no le sube al tinaco en los asuntos de la negociación y las relaciones públicas. Igual y necesita que alguien le preste para andar igual, pues se sube al ring con una facilidad espantosa. El último tema no es menor, pues luego de la sugerencia que hizo a los dueños de los equipos de la NFL de despedir a los jugadores que se nieguen a rendir honores a la bandera gringa, menudo alacrán se ha echado encima. En especial con el poderío financiero y la penetración mediática que tiene el mejor tocho del mundo.
Atascados o abstemios, pero adictos a la imbecilidad. Quizá sea eso, o a lo mejor es todo lo contrario. Un brutal síndrome de abstinencia que les pone los pelos de punta y provoca que salgan con su batea de babas a la menor provocación. Es decir, que no se puedan abstener de regar el tepache y acaben con lo poco que les queda de gracia, clase y, sobre todo, inteligencia.