La ciencia y la democracia

  • Prospectivas
  • Carlos Iván Moreno Arellano

Ciudad de México /

La credibilidad de la ciencia está en riesgo. Nos hemos acostumbrado tanto a los desarrollos científicos y tecnológicos cotidianos (desde la cafetera hasta Netflix), que damos por sentado que este progreso es “natural” y siempre ascendente. No es así.

Las narrativas de la post-verdad y fake-news han ganado la batalla en muchas áreas donde la ciencia y los datos se supone tendrían la última palabra. Por ejemplo, en 2018 la organización Wellcome Trust alertó sobre un considerable descenso en la confianza hacia las vacunas, incluso en países de altos ingresos. Las consecuencias pueden observarse en los inusuales brotes de sarampión que han tenido lugar en Europa y Norteamérica en 2019.

 En política la ciencia también ha sido menospreciada. En un mundo de post-verdad, una verdad es tal por su carga emocional y no por su confiabilidad fáctica. El resultado está a la vista: avance de gobiernos populistas que desestiman los datos,que culpan sin fundamento a los inmigrantes por las crisis económicas y que desechan evidencias científicas sobre el inminente cambio climático.

 La ciencia no solo contribuye a aumentar el bienestar, sino que es factor clave para preservarla libertad y pluralidad sociales. No obstante, la comunidad científica debemos ser más auto-críticos y revisar nuestras premisas de cara al Siglo XXI.

La ciencia se percibe ajena al ciudadano y a sus problemas, por eso está perdiendo su liderazgo narrativo.    

 Por ello, Alan Irwin, en su libro Citizen Science, señala la importancia de construir una “visión ciudadana de la ciencia, en lugar de una visión científica de la ciudadanía”; y Frank Fischer, en Democracy and Expertise, propone que el experto incorpore en su quehacer la consulta al ciudadano. Por otro lado, Collins y Evans, en Why Democracies Need Science, plantean que la ciencia debe fortalecer su liderazgo moral en las democracias.

 A nivel global se puede observar que cuando la ciencia se retrae, se agudizan los problemas. La democracia y la ciencia ganan con el reforzamiento mutuo. Si queremos vivir en una democracia que produzca bienestar, conviene fomentar una mayor cultura científica en nuestros valores políticos.

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