El lunes 3 de febrero se perfilaba como un gran día para el partido Demócrata. El arranque de las primarias en Iowa para elegir a su candidato a la presidencia, anticipaba una fiesta y el inicio de la carrera para sacar a Donald Trump de la Casa Blanca. Sin embargo, terminó siendo un fiasco y el inicio de una semana de pesadilla para la democracia estadounidense.
Poco importó quién ganó Iowa (Pete Buttigieg. Who?), la nota fue la inoperancia en el conteo de los votos. No fue sino hasta el día siguiente que se liberaron resultados. Se les cayó pues el sistema, y con él la narrativa de cambio político. Hubo quien bromeó que el ganador en Iowa fue Cuauhtémoc Cárdenas.
Al día siguiente, martes 4 febrero, Trump pronunció su discurso anual sobre el Estado de la Unión. Fue un discurso triunfalista, arrogante y xenófobo. Ni en el solemne acto ante el Congreso el presidente cuidó las formas, despreció el saludo de la Vocera de la Cámara Baja, Nancy Pelosi, al dejarla con la mano extendida; ésta en represalia rompió frente a todos el documento que contenía el famoso State of the Union.
Para el miércoles 5, el Senado declaró inocente a Donald Trump de los cargos de obstrucción de la justicia y abuso de poder. Poco importaron las contundentes pruebas. En medio de diatribas, los Republicanos votaron en bloque con el único incentivo de proteger sus privilegios. Solo Mitt Romney votó a favor del impeachment.
En democracia la lucha de intereses entre individuos e instituciones es sana y deseable, pero hay márgenes de civilidad que muestran también la buena “salud” democrática. Algo no anda bien en Estados Unidos.
En How Democracies Die, Levitsky y Ziblatt recuerdan que la tolerancia y el reconocer al rival como legítimo han sido piezas fundamentales para el desarrollo civilizatorio. Pero en estos tiempos ya no hay adversarios sino enemigos que buscan la aniquilación mutua. No hay dialéctica sino agresión.
Trump cierra la semana con 49% de aprobación, el más alto de su mandato. Y se da el lujo de publicar memes que dicen “Trump 4ever”. Una semana desastrosa para los Demócratas. ¿Resistirán las instituciones norteamericanas cuatro años más?