La elección presidencial de EEUU está en una encrucijada. Con Kamala Harris y Donald Trump en una contienda cerradísima, el destino político de la potencia mundial pende de un hilo. Como en una tragicomedia shakespeariana, dos billonarios altamente populares parecen tener el poder de inclinar la balanza: Taylor Swift y Elon Musk. La primera afirmando que solo Harris puede salvar la democracia y los derechos civiles, y el segundo asegurando que solo Trump garantiza la “grandeza” del vecino del norte.
En medio de la euforia mediática que rodea a estas celebridades, vale la pena reflexionar sobre la advertencia del economista Daron Acemoglu sobre los riesgos de equiparar la riqueza con el conocimiento y, más aún, con la sabiduría.
Acemoglu argumenta que la influencia de los multimillonarios en la política no es solo un síntoma de desigualdad económica, sino también de una asimetría de poder que distorsiona las democracias. Cuando figuras como Musk, un magnate tecnológico con millones de seguidores y omnipresencia en redes sociales, se pronuncian sobre cuestiones políticas se asume que su éxito empresarial se traduce en conocimiento profundo sobre la vida pública. Es una peligrosa falacia.
La situación con Taylor Swift es igualmente reveladora. La artista, conocida por su activismo en temas como la igualdad y los derechos civiles, es una figura admirada por millones de jóvenes -y no tan jóvenes- que ven en ella un modelo a seguir. Sin embargo, ¿debería su opinión ser más relevante que la de una académica experta en ciencia política?
Esta tendencia puede tener consecuencias nefastas, pues lleva a los votantes a una “ilusión de sabiduría”: asumir erróneamente que el hecho de ser multimillonario te hace, automáticamente, virtuoso. Ante ello, en sociedades con desigualdades y brechas de poder tan amplias, como EEUU -y México-, los resultados electorales corren el riesgo de volverse menos una decisión democrática informada y más un acto de manipulación mediática.
Decía Dostoievski que la virtud no es un rasgo inherente a las clases acaudaladas, sino el resultado del ejercicio continuo de la responsabilidad compartida y la compasión en un mundo imperfecto.