La trampa de la mentalidad “suma cero”

  • Prospectivas
  • Carlos Iván Moreno Arellano

Jalisco /

En Amadeus, la célebre película de Milos Forman, Antonio Salieri —respetado y políticamente correcto— percibe el genio de Mozart como una amenaza personal. Si Mozart brilla, él se apaga. Es la mentalidad “suma cero”: si el otro gana, yo pierdo.

La economista Stefanie Stantcheva advierte en The Economist que esta visión —qué sorpresa—, “ha contaminado a la sociedad contemporánea”. Detrás del odio antinmigrante o el rechazo a políticas de inclusión, está el mito de creer que dar derechos a los otros erosiona los propios.

Lo sorprendente es que, contra el sentido común y el discurso académico del “bien público”, Stantcheva muestra que, en universidades estadounidenses, entre más alto el grado académico, más se hace presente este sesgo. El doctorado, parece, además de tesis y diplomas, otorga un Master en individualismo.

Las dinámicas competitivas profundamente arraigadas han generado que, entre académicos, el avance de un colega puede interpretarse como una amenaza: más visibilidad para él, menos para mí. La universidad, que nació como comunidad de saberes, ha reforzado narrativas centradas en la competencia individual y el prestigio personal.

La precariedad laboral no ayuda: incluso con doctorado, muchos viven con la sensación de que el pastel es pequeño y no alcanza para todos. Resultado: se comparte menos, se colabora poco, no se reconocen aportes. El bien común se vuelve un lujo, y la desconfianza un hábito. Se fragmentan las comunidades académicas y se limita su capacidad de producir conocimiento útil, transformador para la sociedad.

La ironía más grande es que el conocimiento no crece cuando lo cercas: crece cuando lo compartes. Y aquí es donde, como académicos, debemos ser autocríticos. No basta con discursos sobre colaboración mientras se premia la competencia feroz. Hay que rediseñar incentivos, reconocer logros colectivos y reconstruir la confianza como si fuera infraestructura crítica. Lo es.

El conocimiento no se conquista en soledad, se construye con los otros. La universidad debe recuperar su vocación de origen: ser una comunidad que multiplica el saber. Cuando se trata de aprendizaje ninguna victoria es ajena: la interdependencia y la cooperación, lejos de restar, multiplican las oportunidades.  

 

Colaboración especial de: Esteban Padilla


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