En su libro El Descontento Democrático, Michael Sandel advierte que una sociedad libre y plural no puede sostenerse si sus ciudadanos renuncian al “juicio crítico” sobre el bien común; cuando las grandes discusiones morales se reducen a simples preferencias individuales. Y uno de los espacios para desarrollar ese juicio crítico, quizás el más importante, es la universidad.
Por ello preocupa que, en distintos contextos del mundo, sobre todo en Estados Unidos, las universidades sucumban ante la autocensura, donde profesores universitarios ajustan sus palabras, moderan sus preguntas o eluden ciertos temas no por convicción, sino por precaución ante la represalia política o social. Ese silenciamiento anticipado nace del miedo al escándalo, a la sanción moral, al señalamiento público.
Cuando esto ocurre, el aula deja de ser un espacio de pensamiento para convertirse en un territorio minado. La educación pierde entonces su sentido más profundo: formar sujetos libres, críticos y responsables. Una universidad que evita los temas difíciles –los incómodos y los complejos– renuncia a la formación integral y se conforma con un entrenamiento técnico, desprovisto de reflexión ética y política.
Pensar nunca ha sido una actividad inocua. Estudiar la historia, debatir ideas, confrontar las contradicciones del presente implica riesgo. Y ese riesgo es precisamente la materia prima del pensamiento universitario. En una época dominada por la inmediatez digital, la lógica del like y la corrección política, enseñar a pensar se ha vuelto un acto de resistencia.
El pensamiento crítico no pertenece a ninguna ideología. Es una expresión del humanismo: esa necesidad de buscar, aun sabiendo que la verdad es siempre parcial, provisional, disputada. Por eso la libertad académica y la autonomía no son privilegios institucionales, sino bienes públicos. No protegen a los profesores por comodidad, sino a la sociedad frente al empobrecimiento intelectual.
En tiempos de polarización, las universidades tienen la responsabilidad de sostener espacios para el disenso, el diálogo y la reflexión. La misión de la universidad no es confirmar consensos, sino cuestionarlos. Cuando una sociedad renuncia a pensar críticamente, renuncia a imaginar un porvenir distinto. ¡Felices fiestas!