Con el contundente triunfo de Donald Trump, quien obtuvo el 51% de los votos y el control de ambas cámaras del Congreso, comienzan a vislumbrarse graves repercusiones. Se anticipa, por ejemplo, un desmantelamiento de la burocracia federal al estilo “motosierra” del presidente argentino, Javier Milei; pero también un frontal ataque a las universidades, por el pecado de ser autónomas y, peor aún, liberales.
Durante su campaña, Trump expresó su intención de “recuperar a las universidades de las manos de la izquierda radical” y ha acusado a los académicos de “marxistas, maniáticos y lunáticos”, obsesionados con adoctrinar a las juventudes estadounidenses y alejarlas de los valores patrióticos (lo que sea que eso signifique). En su plataforma política e ideológica, denominada Proyecto 2025, se plantean acciones como quitar financiamiento a las escuelas que promuevan “la teoría crítica de la raza”, la “locura transgénero” y esa “moda de la inclusión y la equidad”.
Discursos como estos nos recuerdan tiempos oscuros: uno de los rasgos distintivos de los gobiernos totalitarios del siglo pasado fue su política anti-universitaria, manifestada en el encarcelamiento de docentes, purgas ideológicas y la pérdida de autonomía académica. Las universidades, como centros de pensamiento crítico, representan una amenaza natural para el autoritarismo; una prueba de ello se observa en los recientes resultados electorales, donde 57% de las personas con estudios universitarios rechazó al candidato republicano.
¿Cuál es el modelo ideal de universidad para gobiernos autoritarios? Aquel donde las casas de estudio se enfocan solo en entrenar para el empleo y para el mercado, no para la ciudadanía critica; o bien cuando están al servicio del poder. La autonomía universitaria les estorba.
Decía José Medina Echavarría que las universidades representan la institucionalización de la inteligencia, como organizaciones civilizatorias, plurales y diversas. Precisamente esos valores, los de la inteligencia, la pluralidad y la diversidad de ideas son afrentas para los autoritarismos. En tiempos de barbarie, es cuando el mandato humanista de la universidad se vuelve indispensable.