En su Santo Oficio del sábado, José Luis Martínez (editor de Laberinto, el mejor suplemento de México) rescata el orgullo con que la secretaria federal de Cultura, Alejandra Frausto, presume “la revolución cultural” que, según ella, “está sucediendo”.
Lo dijo al anunciar la exposición Tengo un sueño, “de semilleros creativos”, que abrirá el 7 de diciembre en el Auditorio Nacional.
Textual: “La revolución cultural está sucediendo. Esta revolución es la que acompaña la transformación profunda que estamos viviendo. A la cabeza está el presidente López, recordándonos cada día que la cultura siempre nos ha salvado”.
Brillante y oportuno, José Luis contextualizó la cita con el desastre que significó en China la “revolución cultural” de Mao, locura que el periodista ligó con los ataques del presidente López Obrador a “la más libre y plural de nuestras instituciones”, la Universidad Nacional Autónoma de México, alertando sobre los riesgos de pretender imponer “el pensamiento único”.
También el sábado, El Universal publicó el parecer del ex rector Juan Ramón de la Fuente (ex secretario de Salud en el gobierno de Ernesto Zedillo, ahora embajador ante la ONU) sobre la polémica desatada por el Presidente:
“El pensamiento crítico, el derecho a la crítica y la tolerancia a las opiniones diferentes, son valores propios de la vida universitaria”.
Supone que López Obrador, como egresado de la UNAM, “nos ha invitado a polemizar. Hagámoslo sin hacer el juego a quienes solo buscan el escándalo público”.
Ignoro cuántos miles de mujeres y hombres han cursado alguna carrera en la más importante y prestigiada universidad del país en los últimos 88 años, desde que uno de los fundadores del conservador Partido Acción Nacional, Manuel Gómez Morín, tuvo a su cargo el rectorado en que la institución conquistó su autonomía y fortaleció la libertad de cátedra; pero ninguno que haya sido Presidente descalificó ideológicamente jamás a la principal casa mexicana de estudios superiores.
Universitaria también y comprometida con el lopezobradorismo, perfilada para suceder a su líder, la jefa de Gobierno de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, hizo elástica la ética para acomodarse a la demencial “revolución cultural” de que se ufana la secretaria Frausto:
“Tengo mis propias críticas a la Universidad al mismo tiempo que le hago un reconocimiento, pero estoy de acuerdo en que es importante hacer una reflexión sobre el trabajo académico, y también la diferencia que luego hay entre un profesor que tiene un ingreso muy alto y un profesor que tiene un ingreso muy bajo. Y eso creo que es algo importante en la reflexión de la propia autonomía para poder mejorar y estar al servicio del pueblo, que finalmente es la labor de las universidades públicas…”.
El oportunista sofisma es evidente: ¿qué tienen que ver los salarios, la autonomía y la libertad de cátedra con la calumnia de que la UNAM es “neoliberal” y se ha “derechizado”? ¿Acaso el lema es por mi raza hablará el sectarismo…?
Carlos Marín
cmarin@milenio.com