En estos días, durante la mejor semana de Donald Trump —que está demostrando que se ha quedado con el Partido Republicano, que todos los que ayer fueron sus adversarios, lo ignoraron o de plano lo tiraron de a loco ahora le hacen reverencias y elogios durante la convención que lo corona como el dueño del partido y del conservadurismo estadunidense—, su adversario rumbo a la presidencia de EU, Joseph Biden, fue noticia por varias razones, todas ellas malas.
Primero, porque por primera vez insinuó que podría retirarse de la contienda. En una entrevista con Ed Gordon de BET News, el presidente dijo que podría reconsiderar postularse para la reelección si sus médicos se lo aconsejaran: “Si tuviera alguna condición médica; si alguien, si los médicos vinieran a mí y me dijeran ‘tienes este problema y ese problema’”, entonces renunciaría a la candidatura.
Segundo, ayer, cuando se anunció que Biden tiene covid y que por lo tanto tendría que suspender la campaña, incluido un importante discurso frente a la comunidad de origen latino en Estados Unidos.
Tercero, una nueva encuesta del Centro de Investigación de Asuntos Públicos AP-NORC reveló que cerca de dos tercios de los simpatizantes demócratas dijeron que el presidente Biden debería hacerse a un lado y permitir que el partido seleccione a un candidato diferente. En febrero solo alrededor de un tercio de los demócratas dijeron que no confiaban en sus habilidades.
Cuarto, el liderazgo demócrata fue presionado por algunos legisladores para retrasar la nominación oficial de Biden como el candidato demócrata por una semana, al tiempo que se acumulan las voces de funcionarios del partido que dudan que el presidente esté en condiciones de serlo cuatro años más.
El problema ahora es que después del atentado contra Trump y su demostración de poder de esta semana, ¿quién se anima a tomar esa candidatura tardía? ¿Quién quiere arrancar tan abajo? ¿Quién quiere ser un perdedor?
Como escribió Mike Murphy, estratega político, en The New York Times: “Biden ahora se enfrenta a ese principio de la política electoral: si te perciben como un perdedor seguro, te convertirás en uno. La psicología de las campañas se basa en el miedo. Si bien los partidarios de un candidato se jactan, fanfarronean y proyectan siempre una confianza férrea, en el fondo comparten el mismo terror silencioso: “¿Qué pasaría si... perdemos?”.