“En los últimos nueve meses, hemos sacado a nuestra nación —y al mundo— del borde de la catástrofe y el desastre”, dice Donald Trump en la introducción al documento que publicó sobre la estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos. “Ninguna administración en la historia ha logrado un cambio tan drástico en tan poco tiempo”. (Sin comentarios.) Uno de los capítulos del documento está dedicado a las relaciones de Washington con América Latina. Se titula “El corolario Trump a la Doctrina Monroe”, y afirma lo siguiente: “Tras años de abandono, Estados Unidos reafirmará y aplicará la Doctrina Monroe para restaurar la preeminencia norteamericana en el hemisferio occidental y proteger nuestra patria y nuestro acceso a zonas geográficas clave en toda la región. Negaremos a los competidores no hemisféricos la capacidad de posicionar fuerzas u otras capacidades amenazantes, o de poseer o controlar activos estratégicamente vitales, en nuestro hemisferio. Este Corolario Trump a la Doctrina Monroe es una restauración sensata y potente del poder y las prioridades norteamericanas, coherente con los intereses de seguridad de Estados Unidos”.
Estados Unidos, es cierto, ha vuelto a estar interesado en América Latina. Los temas que más le interesan a Trump (migración, comercio, tráfico de drogas) son centrales en el Continente. Pero su interés va más allá. Está interesado en las elecciones de Honduras, en las cárceles de El Salvador, en el funcionamiento del canal de Panamá. Dio apoyo financiero a Milei para ayudarlo en las elecciones intermedias en Argentina; trató de presionar con aranceles al gobierno de Lula para detener el juicio contra Bolsonaro en Brasil; amenaza hoy con utilizar la fuerza militar de su país para derribar la dictadura de Maduro en Venezuela. Este derecho de intervención es llamado el Corolario Trump a la Doctrina Monroe.
La Doctrina Monroe tiene su origen en el mensaje que el presidente James Monroe dio al Congreso de Estados Unidos el 2 de diciembre de 1823. Su país, dijo, consideraba toda intromisión de poderes extranjeros en el Continente Americano como una amenaza directa a su seguridad (“peligrosa a nuestra paz”, en palabras del propio Monroe). Europa discutía, en ese momento, la posibilidad de imponer, como monarcas, a príncipes de la casa de Borbón en diversos países de América Latina. La Doctrina Monroe buscaba, en su origen, evitar esa intervención; se convirtió de inmediato en un principio fundamental de la política exterior de Estados Unidos. Pero con el tiempo cambió su carácter defensivo; empezó a ser una doctrina usada para justificar la expansión de la hegemonía americana en el Continente. El Corolario Roosevelt a la Doctrina Monroe fue proclamado por el presidente Theodore Roosevelt en 1904. Establecía que Estados Unidos tenía el derecho y el deber de intervenir en los asuntos internos de las naciones latinoamericanas para “estabilizarlas”, actuando como una policía internacional para asegurar el cumplimiento de obligaciones y para proteger los intereses norteamericanos en la región. Justificó las intervenciones militares en Cuba, Haití, Nicaragua, República Dominicana, México… El llamado Corolario Trump no es distinto al Corolario Roosevelt. Con él volvemos al modelo de zonas de influencia que fue común en la Guerra Fría.